martes, 13 de enero de 2015


UN POEMA:
DESPIDIENDO EL AÑO

Wilson A. Acosta S.

La serena agonía del año que nos deja, es el triste remedo de una canción añeja que no ha de oírse más. Es la última estrofa de un poema. Que ha perdido su rima y su cadencia. Es una flor dormida que deshace su aroma en el atardecer de su existencia. Que se esfuma, cual destello fugaz de una estrella viajera. Como el murmullo del adiós furtivo que un ángel pasajero da a su hogar en la tierra. Hoy solo amor y soledad están conmigo en esta noche de espera, en la que he de concluir mi cuaderno de bitácora. En sus páginas quedaran sepultos mis sueños no natos, junto al recuerdo de los momentos gratos convertidos en sombras indelebles. Condenados a un pasado inminente que ya en la víspera se resiste a partir.

Cuando el viejo reloj decrete inexorable la muerte del anciano que agoniza, algo de mí se irá también tras él. No temeré al carruaje que transporte su alma. Ese cometa errabundo me tendrá tras de sí, hasta que caiga el alba sobre aquellos románticos que siempre ofician el funeral de tantos años idos. Porque no han de volver.

¿Quién decretó las doce de la noche para tan definitiva despedida? ¡Esa es la hora crucial de los misterios!...

Es que el año se nos va irremisiblemente. ¿Quién podría detener su tránsito misterioso? El tiempo va tranquilo, sin apuros, no tiene urgencias. Guiado por el lento tic tac del reloj universal. Prosigue indiferente su camino. Es como un rio que desliza sus aguas limpias sobre un lecho de piedras milenarias, para luego al final de su viaje confundirse, manso, obediente, con la inmensa vastedad del mar. ¿No es una hermosa manera de morir?

Yo en lo porvenir, solo anhelo ser feliz con lo que quiero y tengo.
Aun así, seguirá siendo una sombra indeleble ese pasado que a veces ha de tornarse caprichoso o necio, que no podré espantar de mis recuerdos, porque ha sobre vivido años tras años… ¡Muy a pesar de mí!
Ya estando junto a ti yo me pregunto, después de escuchar las doce campanadas, al sentirme ser parte de la loca algarabía de los trasnochadores, que han esperado ansiosos esta hora, embriagados de ilusiones y de alcohol: ¿Es que realmente ha fallecido el año?

Entonces me contagio sin querer de esa locura, busco tus ojos, me confundo en ellos, y en un leve susurro de mí voz, de pronto te confieso con súbita alegría:
Tengo un hermoso sueño nacido de esta aurora recentina, que he de lograr amor para los dos, si Dios lo quiere, si ÉL nos da la vida.









domingo, 28 de diciembre de 2014

 EN LA NOCHE BUENA
 WILSON A. ACOSTA S.

Anoche, nos la pasamos de fiesta con papá.  Nos sorprendió su inesperada visita. Con su presencia ahuyentó de  mí la nostalgia de estos días de conmemoración del nacimiento del Niño Rey.  Su abraso paternal me colmó de alegría.
Llegó a la hora precisa, luciendo  su sombrero de 
fieltro, su traje gris recién planchado, su corbata marrón, sus lentes y sus zapatos negros ¡Siempre negros!  Y su camisa blanca… ¡Siempre blanca! Con su paso moderado, lento. Su sonrisa feliz iluminando su rostro… Repartiendo amor a manos llenas. Así cruzó el umbral de nuestra puerta…
La cena ya estaba servida,   por tanto,  él ocupó sin pronunciar palabras su sitio de costumbre en nuestra mesa, y entonces fuimos tres…
 Pareció como si le hubiésemos invitado de ante mano…Algo así como si lo estuviésemos esperando. ¡Solo se me ocurrió llorar! Ana lo abrazó con cariño y le dio un beso…
¿Sabían ustedes? Mi padre tocaba guitarra y cantaba muy bien. Aun ya viejo, de vez en cuando hacia vibrar las sonoras cuerdas…Hilvanaba canciones del recuerdo y se echaba a soñar.
-Me miró con ternura, y me dijo-
He venido a compartir la navidad contigo, como en los viejos tiempos, cuando yo moraba entre ustedes, cuando reñíamos o reíamos de tu humor y de tus famosos cuentos. Quiero oír junto a ti, otra vez las canciones que canté en mi juventud, y que a ti te gustaban, y que por lo que veo, aun te siguen gustando…
 ¡Tanta afinidad hubo entre mi padre y yo!
De él mi temprana afición por el serenateo. De él mi tímida sensibilidad e inclinación por la poesía. De él mi preferencia por la soledad y la meditación… De él mi espíritu de conciliación.
Omara Portuondo junto a Ibrahim Ferrer abrieron el baúl de los recuerdos…Con dos copas de sidra brindamos ambos por el más inesperado y feliz de los reencuentros.
Quizás no han de creerlo ustedes, pero no hubo preguntas indiscretas, ni discusiones sobre su quehacer en la casa iluminada en que ahora mora, para saberlo, solo me bastó contemplar su figura de ángel y escuchar el  decir de sus palabras buenas.
¿Dónde ha de descansar mi padre que no sea en la casa de Dios?
Aquellas canciones que de antaño papá cantó en su Neiba querido con alumbrado de faroles de gas, pero de grandes y románticas lunas en sus madrugadas, inundaron la pequeña sala haciendo vibrar de multicolores luces  su alma blanca.
  ¡Porque él ya es solo una alma blanca, etérea!  Es un Ser de otro mundo, que anoche llegó en un vuelo exclusivo de ángeles procedente de la mansión divina, para  en íntima tertulia familiar con uno de sus  hijos, celebrar la natividad de CRISTO,  dejandome impreso de por vida el  más bello de los recuerdos terrenales.

Mi madre, por motivos de edad no concurrió a la cita, ya una hora antes habíamos celebrado con ella.
  La dejamos dormida……

lunes, 15 de diciembre de 2014


 

RETAZOS  DEL NEIBA DE AYER
Wilson A.  Acosta S.

Cuando Juan Antonio Acosta Pérez [a] TOTOÑO quien ostentó  por un  tiempo  la comandancia de armas de la común de Neiba, poseedor del  título de general ganado en buena lid en la manigua por su permanente accionar como bravo guerrillero en la región, muy de mañanita entró a toda prisa al patio de su comadre Epifanía Guiteaux Reyes perseguido a muerte por sus enemigos políticos, la respetable dama ya se disponía a abrir la puerta de la cocina que distaba unos cinco pasos de la casa, para iniciar la rutina de su acostumbrada faena de todos los días…

 ¡No mires hacia atrás! ¡No me mires comadre Epifanía! Ordenó en voz baja, pero en forma autoritaria, el perseguido.
 De inmediato el tropel de hombres armados invadió el patio, en un par de minutos examinaron todo su  entorno en forma minuciosa, para luego seguir presurosos en persecución de su presa tras comprobar que ésta no estaba oculta allí. La valiente mujer angustiada dirigió la vista al lugar desde donde suponía había escuchado la severa orden de su compadre, y, ¡Oh sorpresa! Solo alcanzó a ver, recostados de uno de los horcones de la enramada que protegía de la lluvia y del sol el horno de cocer el pan  los bombones y los dulces, un extraño serón con su esterilla y su aparejo para uso de las bestias de carga….De inmediato, surge como de la nada, la voz del compadre que no se había movido del patio, que le susurra al oído: Comadre, lo que usted ha visto hoy que no lo sepa nadie…


La pequeña comunidad de Neiba  desperezaba de su tranquilo sueño, al tiempo que surgía la mañana encendida por los rayos del sol que aun difusos comenzaban a calentar la intimidad de los hombres y mujeres que rezagados permanecían en la cama. Para ese momento,  del calendario al que nos referimos, en Neiba no habían muchas cosas en que ocuparse, por lo que a sus pocos habitantes les sobraba en demasía el tiempo para guerrear, dormir y trabajar unos pocos conucos y una inmensa zona de crianza realenga que era compartida por todos como buenos hermanos. La crianza de chivos,  las aves domésticas, conviviendo con la familia en corrales cercanos a los ranchos Unos cuantos hornos rudimentarios uno por cada familia, hechos de lodo y de cal, ocupaban el atareo de las madres y las abuelas fabricando el pan, los bombones y los dulces.
 La mayoría de los hombres del campo holgazaneaban después de la hora del meridiano tendidos en sus hamacas hechas de fuerte azul atadas a  dos árboles, o colgadas dentro del bohío, sostenidas por cuerdas de cabuya.

  Cuando  la comunidad carecía de  cura, el que asistía la parroquia viajaba a lomo de mulo desde el pueblo de Azua o el de Barahona, arribaba de domingo en  domingo  para concelebrar la misa con  los  católicos de Neiba,  era su costumbre, antes de iniciar el culto  desplazarse entre los patios y el frente de las viviendas del pequeño pueblo y sus alrededores saludando e interesándose por la salud,  por los problemas de la cotidianidad de sus habitantes sumidos en la pobreza. El cura, de la Orden de los Capuchinos, en tono  paternal   les preguntaba: ¿y cómo están mis feligreses? Aquellos, desde sus hamacas, separando por un momento el pachuché de los labios recién humedecidos  del obligado café de la mañana, les contestaban maquinalmente: Aquí padre, ya nos puede ver, en la lucha, en la lucha. Entonces el religioso soto reído, contestaba: Si ya los veo hijos míos, luchando con la inercia…

 ¡Este es un país perdido! Exclamaba el padre Miranda un tiempo después ante las mismas o ´parecidas escenas, según me contaba mi abuela.



Supina ignorancia reinaba entonces en nuestros pueblos y aldeas, mas, como un faro de luz la Señorita Epifanía Guiteaux Reyes se constituyó en maestra de las jóvenes generaciones de mujeres, dedicando parte de su tiempo a alfabetizarlas, predicando la educación doméstica y las buenas costumbres a todas sus compueblanas sin distinción de ninguna especie.
Era el tiempo en que los hombres jugaban a la guerra, fatal inclinación que fascinaba a los jóvenes que se enrolaban en ese juego mortal desde el día en que al cumplir los catorce años de edad sus padres orgullosos “les bajaban los pantalones cortos” y los declaraban dueños de sus destinos.

El peor ejemplo les llegaba de lejos, de los caudillos de la capital o de las grandes ciudades, pues entre ellos se disputaban el poder en forma incivilizada, premiando, estimulando  las acciones bélicas de sus incondicionales con prebendas o ascensos en la escala social o elevándolos al generalato.

 Juan Antonio Acosta, igual que el mítico general Pablo Mamá o el sin igual guerrillero, amo de las tierras de El Memiso, general Luis Pérez Liquí, estaba “arreglado” según se decía, o más bien “resguardado” por misterios que fueron a buscar desde muy jóvenes a los más recónditos y lejanos parajes de las montañas del vecino Haití, donde moraban y oficiaban sacerdotes y sacerdotisas poderosos, poseedores de misteriosos loases que le delegaban dioses y diosas del África. Deidades que migraron junto a su fanática feligresía que llegaba reducida y humillada en calidad de esclavos a las tierras de América.

Fue  la secreta posesión de estos “misterios” la razón por la que aquella mañana, en que TOTOÑO sin pedir permiso, a toda prisa se internó en el patio de la casa de Epifanía Guiteaux pudo burlar a sus  enemigos, transformándose en cerón, esterilla y aparejo, para el uso de bestias de carga. Totoño, Esteban Cáceres y Tomás [Co] Herasme dieron muerte con balas “arregladas”, en una emboscada en las cabezas de Las Marías ordenada por el dictador Lilís, al mítico general Pablo Ramírez o Pablo Mamá. Solo la comisión de  ese hecho de sangre ponía en serio peligro la vida de estos tres hombres. Era lógico que anduvieran bien “resguardados”.

Así discurría la vida en nuestros pueblos del Sur, entre periodos de  guerras intestinas y otros cortos períodos de relativa paz. Cuando la paz llegaba se olvidaban los enconos y las diferencias políticas, volvían las familias a unirse en el diario afán, prevaleciendo la consanguinidad que era común a todos…Cuando las diferencias se hacían muy graves entonces los agresores tomaban un voluntario exilio que a veces era definitivo, atravesando los antiguos caminos de la cordillera que conducían a la maravillosa región del Cibao, o se internaban por los trillos montañosos llenos de peligros que los llevaban a Haití. Con esa decisión casi siempre la ofensa era saldada, o por lo menos mitigada.
Además de guerrillero y político Totoño fue un fino poeta rural de gran fecundida
d. Su Estro cantó a la Patria, a la política que se expresaba en los hechos de la montonera, tocando con claridad temas sociales como aquella composición en que denuncia la malignidad del juego de azar tan común en aquella época. Lástima que casi toda su producción se haya perdido en el tiempo.
 
La familia Acosta se caracteriza por ser longeva, la mayoría de sus integrantes mueren nonagenarios y hasta centenarios. Totoño vivió muchos años. Me cuenta mi madre que ella muy pequeña acompañaba a Epifanía, hermana materna de su abuelo Eduardo Leyba Reyes, algunos de esos domingos a la sección de Cachón Seco,  en las acostumbradas visitas de ésta dama a su compadre.

 Epifanía Guiteaux no era una Acosta, ella era hija de Carmen Reyes  hija a su vez del General Dionisio Reyes, y del general haitiano Vidal Guiteaux, que peleó junto a los dominicanos por la restauración para luego morir por un exceso de arrojo luchando contra Báez en la guerra de los seis años, cuando se perseguía en nuestro territorio, por los antiguos caminos entre Neiba y Las Salinas, al presidente Salnave que huía con parte de su ejército, derrocado en Haití por las fuerzas liberales de aquel país.

  Epifanía Guiteaux ,  fue la eterna prometida de un Acosta: Celestino Acosta, que por motivos políticos emigró al Cibao junto a su hermano Santiago y a su padre Gregorio Acosta Pérez hermano de Totoño, estableciéndose definitivamente en la sección de Rancho Arriba, en la provincia de Puerto Plata.
La residencia de los Guiteaux en Puerto Principe era el permanente punto de reunión del exilio dominicano en Haití Allá conoció Epifanía  a Luperón, a Jose Maria Cabral y a otros tantos patriotas. Allí se cultivó la gran amistad de Epifanía con Ulises Hereaux, que luego le sirvió para  salvar la vida de prestantes neiberos involucrados en la conspiración que se fraguaba en Azua contra su dictadura.

Epifanía y Totoño son dos referentes sin los cuales no podría narrarse la historia de nuestro Neiba. La primera, profesora de generaciones, ejerció un liderazgo social entre sus contemporáneos que dejó indudables huellas. El segundo, poeta, guerrillero y general, protagonista junto a su generación  de hechos fundamentales que serán imposible de olvidar por los neiberos de hoy y los del porvenir.

Estos retazos del drama social vivido y escenificado por los hombres y mujeres de nuestro ayer, vivencias que por su poca significación o su relativa trascendencia no constituyen tema preferido de historiadores, sociólogos y poetas, pero que no  obstante, han de permanecer con ribetes de eternidad en nuestra memoria histórica regional, como elementos de unión e identificación de la cadena familiar nacida y criada en el terruño, narrada a los bisnietos, brotadas del recuerdo filiar y cariñoso,  dichas con maternal orgullo por nuestras madres padres y abuelos en las noches de insomnio, de  absoluta oscuridad, cuando la inquietante presencia de los malos espíritus y de las invisibles brujas que merodeaban tras sus inocentes víctimas hacían crujir el caballete de la humilde morada para impedir el sueño de los niños temerosos. Cuando la tibia brisa de la noche llenaba al pueblo con las voces de los hombres de miel en su brega con los bueyes cansados del trapiche cercano, y el olor de la caña rústicamente procesada invitaba a soñar sueños dulces a aquel pueblo semi dormido bajo  el rumor de unos coros lejanos que regalaban, en complicidad con el silencio nocturno, la copla repetida desde el principio por el Neibero originario:
“Allá arriba en tenguerengue
Hay un baile celebrao
Tenga mota o tenga pelo
Pa´lla va  rabo pelao”.




sábado, 15 de noviembre de 2014


UNA REFLEXIÓN SOBRE EL TEMA DOMINICO HAITIANO
WILSON A. Acosta S.


Durante la comparecencia de un distinguido intelectual haitiano, residente en nuestro país, por ante el  programa televisivo Revista  110  que produce el periodista Julio Hazim, en fecha 7 de junio del año 2012, este señor, en el curso de dicha comparecencia, refiriéndose a la invasión del año 1805, expresó más o menos lo siguiente:­­ que los desmanes en que incurrieron  Dessalines y  Cristóbal en  su corta incursión a la parte Este de la isla, quienes se vieron obligados al rápido retiro de sus tropas  por la aparición de naves inglesas frente a la ciudad de Santo Domingo, al  creer que se trataba de la armada francesa dirigiéndose a Haití a reconquistar su colonia recién perdida,  no fueron desmanes cometidos contra dominicanos, sino, contra españoles.

 Lo decía apoyado en la tesis de que la república dominicana no había sido proclamada aún, que ésta no existía para la fecha.   Proseguía diciendo, que a pesar de una intensa búsqueda realizada por él en España, no logró encontrar ni un solo indicio de memoria histórica registrada de aquel hecho, dejando entre ver que España no le dio   importancia al suceso, a diferencia de los dominicanos que lo han magnificado, manteniéndolo muy presente en la memoria, expresándolo a menudo como fundamento de sus aprehensiones y acusaciones contra Haití.
 En su errática afirmación, el distinguido  intelectual  que aludimos, olvidó que para entonces España había, por motivos  obvios, abandonado a su suerte a su antigua colonia, puesto que ya la había cedido a Francia mediante el tratado de Basilea de fecha 22 de julio del año 1795.

Si este concepto tan irracional como  anti histórico solo consistiera en  una tesis emocional o particular del distinguido intelectual en su calidad de ciudadano haitiano, podríamos interpretarlo como la reacción arrogante de alguien que intenta justificar lo injustificable, no olvidemos pues, que Jean Jaques Dessalines es el  venerado padre de la independencia de la patria del pueblo vecino. Pero resulta, que esta tesis ha sido acogida sustentada y difundida en  diferentes medios de comunicación del país por algunos intelectuales, historiadores y académicos dominicanos, llegando estos al extremo de negar la magnitud  del hecho histórico en sí.
 ¡Cuánto hubiese dado  yo para  que estos dominicanos hubiesen nacido en nuestra frontera Sur o Norte con Haití! Porque así habrían oído de la propia voz de sus abuelos y bisabuelos los tétricos relatos que estos oyeron a su vez de los suyos, dando fe de esos hechos sangrientos que por su magnitud no pudieron ser olvidados en el transcurso del tiempo.

Mi padre siempre habló con pena del incendio de la parroquia de Neiba, donde reposaban en archivo las actas de nacimiento, las actas bautismales y las actas de defunción junto a otros valiosos documentos históricos de los que nos privó ese hecho criminal del año 1805.
¿No eran nuestros ancestros los infortunados  hombres, ancianos,  mujeres y  niños muertos, y  aquellos  que fueron  arreados sin misericordia como bestias rumbo a Haití, por las huestes de Dessalines y Cristóbal, en esa ocasión ¿

El legado histórico nos dice que además de  los habitantes blancos cuya mayoría eran criollos nacidos en la media isla, la furia de este hombre alcanzó e hizo víctimas a los mulatos incluso a los negros puros, ya fueran esclavos o libres, porque en su mayoría no eran afines a sus planes unificadores, puesto que a pesar de que el líder negro les ofrecía la abolición de la esclavitud, se sabía que este había instaurado en su república recién proclamada un régimen de servidumbre que mantenía en la práctica el oprobio de la dependencia absoluta del hombre  a la plantación, vejamen que el esclavo de la parte Este de la isla no sufrió, en razón de la temprana decadencia del inhumano régimen económico de explotación en esta parte, que comenzó a sustentarse en el hato, en el corte de madera y en una  agricultura más o menos de subsistencia. Todo lo contrario de lo acontecido en la parte occidental  donde existían enormes propiedades rurales explotadas por el trabajo esclavo. La relación pues, entre esclavos  y amos en nuestro ambiente fue más de características patriarcal,  fenómeno social que dio origen a que nuestra población fuese casi totalmente mulata, unida por un sincretismo cultural que nos fue definiendo desde muy temprano como una nación con todas sus particularidades y sus naturales atributos.

 En otro trabajo publicado por mí en este blog establecíamos que de acuerdo con estudiosos de nuestra historia, la conciencia de nación en los dominicanos comenzó a afianzarse a partir de la segunda mitad del siglo XV111, en el fragor de las luchas libradas por la defensa de nuestro territorio y por la salvaguarda de la vida de sus habitantes, permanentemente invadido por aventureros y por los franceses del Oeste, agresión que obligó a España a fundar una serie de Villas, para poblar los territorios abandonados por las despoblaciones efectuadas por Osorio en los años de 1606 a 1608, construyéndose con dicha decisión una barrera para contener el avance acelerado del intruso. Ya, pues, para  el inicio de la segunda mitad del sigloXV111 los habitantes de la parte Este se auto definían como dominicanos españoles, estableciendo una clara diferencia con el pueblo que ocupaba la parte occidental.



En la historiografía haitiana hallamos testimonios en los que historiadores haitianos aseguraban convencidos de  que los dominicanos se consideraron siempre como una sociedad distinta, totalmente diferente a la haitiana,  que siempre tuvieron como meta la fundación de un estado independiente de la república haitiana.
También hemos dicho  que con anterioridad a  los días en que el presidente Boyer preparaba la invasión de 1822 a nuestro país como respuesta a la independencia  proclamada por Don José Núñez de Cáceres en el 1821, este ya  había enviado  centenares de familias a establecerse en este lado para que, sonsacando a algunos residentes conformaran y fortaleciesen un partido que solicitara la ocupación a nombre de los dominicanos. Es cuando un general de su ejército de nombre Guy Joseph Bounet le advirtió del error que cometía al intentar una fusión entre haitianos y dominicanos, haciéndole notar la reacción que provocaría ésta, dada la gran diferencia cultural entre ambas naciones.

Muy cierto que para 1805 la república dominicana no existía, faltaban unos treinta y nueve años para su proclamación, lo que si existía era una nación surgiendo vigorosa, compuesta por hombres y mujeres que ya se hacían llamar dominicanos, rechazando permanentemente las imposiciones foráneas, aferrada a una cultura que iba sedimentándose en la comunidad, proveyéndola de identificación nacional a través de una simbiosis que se logró sin traumas entre los legados  aportados por nuestros   abuelos hispanos y africanos.

Todo lo antes dicho viene a propósito del tema migratorio que desde décadas atrás ha pendido como la espada de Damocles sobre la  cabeza de los dominicanos y que definitivamente el actual gobierno nacional armado de la constitución y de las leyes que rigen al país, haciendo un correcto ejercicio de soberanía, da los pasos necesarios para regular la situación de cientos de miles de migrantes en su mayoría ciudadanos haitianos indocumentados residentes en nuestro territorio. Esta patriótica acción de nuestras autoridades ha levantado una ola de opiniones diversas tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, provocando cierta confusión  al dominicano sencillo que constituye la gran mayoría de nuestros conciudadanos. En una actitud netamente maniqueista, a lo mejor animada por intenciones inconfesables, se ha sacado de su verdadero contexto el tema central, tocando extremos peligrosos que vendrían a acarrear un serio inconveniente al anhelado  clima de paz, de cooperación y de entendimiento  que las circunstancias obligan a mantener entre ambas naciones. Se ha llegado al  extremo de desenterrar el viejo y casi olvidado tema de las aspiraciones de Tousseint, Dessalines, de Cristóbal y de Boyer, que una vez reclamaron la unidad de la isla, expresando que la república de Haití tenía como frontera o límites el mar, ignorando la existencia de la nación dominicana y sus legítimas aspiraciones de fundar una república libre e independiente de toda dominación extranjera.

 Solo a personas completamente obnubiladas o comprometidas con  intereses foráneos anti nacionales se les podría ocurrir que a estas alturas se les pueda imponer a los dominicanos una fusión de ninguna especie con Haití. El día que permitamos que minorías nacionales o haitianas u organizaciones extranjeras tengan la potestad de imponer cambios a nuestra instituciones o a nuestra ley fundamental, desde ese fatídico día, pasaremos a la historia universal como el primer pueblo en aceptar tal indignidad sin antes inmolarse si fuese necesario  Estas dos naciones que comparten la isla de Santo Domingo deben estrechar sus lazos de amistad, pero transitando sus respectivos caminos, conservando y respetando sus inviolables soberanías.

Estamos convencidos de que la unidad de criterio en estos momentos sobre este delicado tema es imperativo, las querellas personales y políticas deben ir a un plano secundario si es que queremos evitar que la  inminente crisis del Estado haitiano ahogado por una explosión demográfica que supera en mucho sus posibilidades territoriales y económicas, se lleve de encuentro la existencia misma de nuestro país.
Algunos entendidos en la materia consideran que   las relaciones de ambos estados pende de una bomba de tiempo, por lo que se hace urgente que se tomen las medidas precautorias pertinentes para evitar su inminente explosión, asumiendo con madurez y sentido de la historia, ambas partes, sus respectivas responsabilidades junto a la suficiente ayuda de los organismos de la comunidad internacional y al pago de la deuda histórica contraída, por Estados Unidos, Francia y España principalmente , no solo con Haití, si no con la totalidad de la isla.


Debemos unirnos para preservar nuestra frontera, nuestro territorio, nuestros ríos, nuestros bosques, nuestra economía, nuestra cultura, nuestra  nacionalidad. Es lógico que entendamos que estamos obligados a convivir en paz y amistad con los haitianos. Es una verdad de Perogrullo la que asegura que ambos países están impelidos  a implementar planes comunes de desarrollo y aprovechamiento de los recursos naturales que compartimos, pero todos esas realizaciones solo habrán de concretarse sobre el seguro y justo andamiaje de una legislación sabia, coherente, respetuosa de la soberanía de ambas naciones,  que dé inicio a una nueva era en las indispensables relaciones dominico haitianas. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

EL COMPADRE DEL JUEZ
Wilson A.  Acosta S.         

Las nueve en punto marcan las manecillas del antiguo reloj  que cuelga de  la pared del salón donde se celebran las audiencias. Es una soleada mañana del mes de julio.  A pesar de la hora el calor amenaza con hacer estallar el termómetro de la vieja oficina. Por la calle frontal las personas transitan animadas por sus urgencias, desafiando el endemoniado calor.  Mortificados por esos rayos del sol que arden sobre sus cabezas. Ni un árbol aparece en todo el trayecto que mitigue con su sombra  ese tormento.

El Alguacil de Estrados un joven trigueño luciendo camisa blanca, corbata negra,  saco azul impecable, despidiendo aun el olor al aromático jabón de Para Mí que utilizó en su aseo personal hace  apenas breves minutos, pone a sonar con estridencia el timbre que llama a la audiencia anunciando la inminente aparición del Juez.

Es una rutina de siglos que se ha repetido hasta nuestros días, con la  diferencia de que ahora para ser Juez o Fiscalizador es obligatorio tener una licenciatura en ciencias jurídicas, además de cursar estudios técnicos  en  escuelas especializadas.

Nuestra historia tiene como escenario el principio de  la primera mitad del siglo veinte cuando cualquier ciudadano sin preparación jurídica,  casi siempre con poca escolaridad, podía ser designado juez.
 Aconteció, así me lo contaron, en un pequeño pueblo del Sur, en una vieja casa de madera y zinc con pisos de cemento que además de dos habitaciones en las que operaban las oficinas tenía un salón donde se celebraban las audiencias,  de  pequeñas dimensiones, con estrados estrafalarios,  bancos raídos.
 Frente al juez un cristo descuidado en una irreverente postura daba la sensación de haber sufrido un grave accidente, pues  el soporte sobre el cual se erguía fue quebrado cuando un borracho acusado de fullero se envalentonó desafiante e  intento agredir al magistrado alegando su inocencia recibiendo como respuesta un tremendo estacazo de manos del irascible funcionario…

 El renovado tintineo del timbre del alguacil puso en alerta a los hombres y mujeres de aquel vecindario, asiduos concurrentes a las audiencias donde se discutían los más inverosímiles casos y se hacían valer las más extrañas y disparatadas jurisprudencias; puros artificios de leguleyos para impresionar al público presente, para engañar la ignorancia de jueces y fiscales semialfabetas.

Eladio Loronga, general nombrado por decreto, antiguo diputado del régimen del presidente Lilis, un anciano alto de contextura atlética, mulato de ojos grises, pelo crespo y tez clara casi blanca, con mirada de águila, de voz firme como una roca, da  un fuerte golpe con el mallete sobre el estrado  dejando abierta la audiencia.

De inmediato el público presente guarda respetuoso silencio porque conoce por experiencia a este hombre que con la reciedumbre de su carácter ha logrado  imponer su criterio  en todas sus decisiones y ha sabido también imponerse  con dureza a título personal en toda la región que tanto le respeta como  le teme.

Los casos que eran normalmente ventilados en aquel juzgado consistían en riñas, escándalos en la vía pública, fullerías, robos menores y daños noxales. En algunas ocasiones los acusados terminaban siendo amedrentados y golpeados por la intolerancia del juez, para luego ser conducidos por la policía municipal a la cárcel improvisada en una habitación construida en el mismo patio del recinto de la alcaldía. Era evidente que allí se administraba una mera justicia patriarcal.

Ese día, Manuel Colon, un respetable campesino criador de ganado vacuno compadre querido y celebrado del señor juez, visitaba por primera vez la sala del juzgado porque sus vacas penetraron al conuco de Pablo Jerez y le causaron gran daño al maíz y  a las habichuelas.  Daño que el alcalde pedáneo del lugar en su calidad de perito valoró en la suma de cinco pesos oro, una suma de dinero respetable para la época. Esta decisión fue impugnada, por lo que se envió el problema al juez. Manuel era un hombre de paz que por primera vez concurría a una audiencia pero tenía fe ciega en su compadre, él asumiría su causa.

Cuando Manuel se despidió aquella mañana de su mujer y de sus hijos iba confiado ante la presencia de su compadre, pensando que lo menos que podía hacer este al verle seria despedirlo con un abrazo, ofrecerle sus excusas por haberle hecho descuidar sus labores obligándolo a hacer ese viaje tan temprano al pueblo.

Ya veré, le decía a su mujer, la cara de alegría que pondrá  mi compadre cuando me vea. Ojalá no intente detenerme en su casa para agasajarme, pues no pienso estar ni un minuto más de lo necesario en el pueblo. Mi tiempo es oro. Mis ocupaciones en el campo son muchas. Al pueblo solo voy con gusto los 24 de agosto a celebrar las fiestas de San Bartolo, a ofrecerle mis ofrendas al santo, y a tirar una canita al aire…

Poco a poco la mañana se acerca al meridiano.  Aparecen los frecuentes remolinos provocados por las altas temperaturas, llevándose de encuentro todo cachivache que se interponga en el camino. Una ráfaga de aire caliente y una nube de polvo penetran la sala del juzgado. Manuel Colon que espera con inquietud su turno sentado casi frente al juez protege su rostro con un pañuelo azul de  rayas blancas a fin de capear  la polvareda.

 Pero lo que más inquietud le produce a nuestro hombre es la aparente indiferencia del compadre ante su presencia. Manuel lo observa a ratos disimuladamente con el rabillo del ojo, para luego llegar a una fatal conclusión: ¡Mi compadre me desconoce!

Cuando al fin el alguacil lo llama a causa Manuel Colón tiene mil interrogantes en la mente, no puede creer lo que está viendo, su compadre le ha negado el saludo. Asustado se detiene como un autómata frente al cristo se siente tan confundido que se le ahogan las respuestas...

El juez inicia el interrogatorio:

_ Dígame su nombre completo _  ¡No lo puedo creer! piensa trémulo Manuel Colón,  el compadre ha olvidado mi nombre.
  Su domicilio.   ¿Cómo? esto es el colmo no sabe ni dónde vivo
¿Cuál es su estado civil, es casado o soltero? Se está mofando de mí.
¿Su profesión cuál es?  ¡Basta! Vociferó fuera de sí  lleno de indignación     dirigiéndose al juez le increpa:

 Entonces compadre usted ya no me conoce, no recuerda haberme visto, no recuerda la casa que usted ha visitado tantas veces en la que ha comido tantos guisos de chivos y de guineas hechos por su comadre. Olvidó también que fue padrino de mi boda y bautizó a mi primer hijo. No sabe usted compadre que siempre me he dedicado a la ganadería, que resido en la sección del Cajuil,  que mi nombre es Manuel Colón…
Manuel abre los brazos y exclama: ¡Qué lejos a llegado usted en su hipocresía!...

Todos los presentes se miran sorprendidos ante aquella peligrosa perorata. Se preguntan quién es este hombre que desafía de ese modo al juez alcalde, desconociendo el ritual indispensable para empezar un interrogatorio; sobre todo, desafiando el mal carácter de aquel personaje que todos temían y respetaban.

 Los más precavidos se levantan sigilosamente de sus asientos a la espera de los acontecimientos…
_ Créanme, prosigue Manuel ahora encarando a los presentes, yo jamás pensé que mi compadre fuese tan falso y tan cara dura. Bien decía mi difunto padre: ¡El hombre del pueblo no es amigo del campesino!

El juez se acomoda en su asiento con aparente calma haciendo un esfuerzo para no estallar. Dirige una fulminante mirada a Manuel Colón y le dice:
 Comprenda señor Colón que usted está frente al juez alcalde de esta  común en su rol de impartir justicia. Ahora bien, cuando usted tenga oportunidad podrá quejarse con su compadre y repetirle todas las locuras que usted acaba de decir. ¡Pero que sea bien lejos de aquí! Le advierto que en el futuro debe cuidarse de exhibir esta actitud de desafío ante la autoridad. Ahora, pague su multa y cubra la indemnización al querellante por el daño que le causaron sus reses.

Cuando Manuel Colón defraudado se dispone a montar su mula para regresar derrotado a la sección del Cajuil lo detiene el vozarrón de trueno de su compadre que le advierte:

  ¡Ah, lo olvidaba! por su rebeldía ante el juez, lo condeno a un día de encierro en la cárcel comunal.

Manuel Colon vivió sin entender la extraña actitud de su compadre. No aceptó las explicaciones que le ofrecían  los amigos mutuos. No sería compadre jamás, juró desde aquel triste momento, de nadie que fuera en el pueblo el juez alcalde.










miércoles, 9 de julio de 2014




LA HISTORIA DE BENITO LOPEZ
UN CUENTO DE Wilson A. Acosta S,

Por el estrecho y desolado camino que conduce a la   población, surgen intempestivos espacios a ambos lados  cubiertos por pequeños arboles saturados de polvo resistiendo la sequía. Soportando a duras penas ese calor de horno encendido, capaz de derretirle el pensamiento al cristiano que se aventure por estos apartados parajes del valle de Neiba, desafiando el fiero meridiano de nuestros veranos...

Benito López despertó esa mañana más temprano de lo acostumbrado.  Lleno de esperanzas. Tan temprano, que aun los rayos del sol no penetraban las rendijas de su vetusto bohío. Todavía las gallinas no se habían bajado del palo de dormir. La vieja Melisa impedida por el reuma, no había podido dejar aún la cama, para avivar las brazas del fogón y preparar el café.
El día anterior Benito fue convocado a una reunión por el presidente del partido de gobierno, allá en el pueblo. Y para qué pensó casi afirmando con entusiasmo, que no sea para darme la noticia de las obras que tanto anhelamos los lugareños.

! Por fin nuestro sueño se hará realidad!  Dijo Benito a su vecino y amigo José Negra. Tendremos la bomba que hace falta para el pozo, habrá financiamiento para la agricultura, tendremos energía eléctrica  para nuestras viviendas, medicina y escuelas para la familia.
! Dios lo quiera! contestó el viejo José, en tono dubitativo. Y en su rostro se dibujó una mueca de  incredulidad     adquirida en la continuidad de una larga experiencia…

Benito va feliz a la cita. El derroche de luz y de calor del sol sobre las blancas piedras del camino calienta su calzado,  maltrata la dura piel de sus pies; no obstante, indiferente al dolor va cantando, porque está seguro, de que a la vuelta será portador de la mejor noticia para sus coterráneos.
¡Oh sorpresa! Al llegar se entera de que la convocatoria urgente se debía a que la alta dirección del partido pautó un gran encuentro en apoyo a las aspiraciones senatoriales “de su máximo líder en la provincia”, al cual la asistencia seria obligatoria…

  ¡Regocíjense! Les dice el compañero dirigente que los recibe, deben saber, que a todos los compañeros  presentes se les obsequiará una funda repleta de comestibles con los cuales podrán saciar el hambre de la familia por una semana, y como si esto fuera poco, también se les dará una botella de ron criollo, mas una hermosa gorra con los colores del partido, con la siguiente inscripción: “COMPAÑERO SIN TI, SE HUNDE ESTE PAIS”.
  ¡Bien, bien! ¡Lo bueno no se cambia!  ¡Aprobado! ¡Otra vez a la carga!  Gritaron muchos hombres y mujeres en la concurrencia, entre fuertes aplausos.
 Pero una voz de hombre, un disidente, surgió de entre los presentes, que confundido y frustrado en sus esperanzas, con una pasión que le ahoga y un vozarrón que casi le abre el pecho interrumpe la cháchara, y les gritó:
¡Basta ya de engaños, de mentiras y de humillaciones!  ¡Queremos obras que nos conviertan en hombres hacedores de nuestro propio destino!
Benito López solo alcanzó a escuchar la palabra “traidor” puesto que cuando los presentes en avalancha se le fueron encima  para castigar su atrevimiento, alguien lo golpeó tan fuerte que perdió el conocimiento…

Benito López ha vuelto a la realidad.  Por un milagro conservó la vida;  recibe amigos y parientes que lo creyeron muerto después de la paliza recibida.
 Saluda y refiere cosas como si hubiese estado mucho tiempo ausente,  cuando en realidad fue apenas unas horas de inconsciencia, pero a él le pareció una eternidad…
Ha llegado la noche… llueve sobre la tierra blanca del paraje. Las hojas de los árboles que están de verde intenso, lucen su recién adquirida lozanía.
El arrullo de las tenues gotas de la lluvia, sobre las vetustas hojas de palma del techo de la pobre casa de Benito López, es una bella canción a la esperanza que por su tozudez  aun persiste en él, a pesar de todo lo ocurrido.

Benito se estremece al pensar en cómo personas que ayer fueron parte  en la pobreza de sus comunidades, hoy el ejercicio del poder los convierte en negadores jurados de su propio origen…Y dice convencido:
 ¡No hay peor astilla que la del mismo palo!
¡Condenados bastardos!, exclama adolorido, incorporándose con dificultad sobre la cama:
¡Yo les aseguro, que el día del final, ustedes no podrán ver la cara a DIOS!
                  
Mientras tanto, en un rincón de la pequeña habitación, acuclillado, casi oculto en la penumbra del recinto, el viejo José Negra recordaba con pena que mucho tiempo atrás, él fue golpeado también por el mismísimo motivo que hoy han apaleado al infeliz de Benito López.





lunes, 30 de junio de 2014



LA LEY DEL TALIÓN
 (UN Cuento de: WILSON A.ACOSTA S).

 Estaba casi a punto de desfallecer. La inminencia de una súbita caida le llenaba de temor. De ese mismo temor que le dio fuerzas para huir desesperado por la larga y sinuosa vereda alfombrada de abrojos, que bordeando las escasas viviendas del lugar se va alejando hasta perderse en el horizonte.
  Bruno Correa, sabía que aquellos que le perseguían no le darían tregua, pues el motivo que les movía era tan definitivo como fatal.

 La Luna desde el cenit, mudo testigo presencial, daba un poco de claridad al espectáculo final de este hombre acorralado, cuya única alternativa era la huida… 

El sudor le corría por todo su cuerpo como rio desbordado, nublaba sus ojos, empapaba sus ropas recién compradas.  Aquellas prendas que hacía pocos minutos bistió con ilusión, presumiendo en cuánto impresionaría su figura joven y aseada a la concurrencia femenina que le esperaba en la fiesta del reencuentro, organizada por sus compañeros de andanzas para celebrar su inesperada libertad.
 Ahora, que la muerte le pisa los talones, por su mente pasan a velocidad meteórica las terribles escenas de los hechos recientes, cuando el demonio se le metió en la cabeza, y estupró, asesinando después, a una niña de apenas diez años de edad.

Hacía quizás unas tres horas alguien lo llamó desde el estrecho callejón contiguo a su morada, mientras él se preparaba para su salida, esa voz le advertía: “! Bruno Correa, no debieras dejarte ver por estos lugares! ¡Es preferible vivir!
  Como respuesta Bruno abrió con violencia la puerta dispuesto a enfrentar al intruso… Solo alcanzó a oír la amenaza sonora de una hoja de acero al chocar contra las rocas que bordean el camino.
 Su arrogancia y su auto-suficiencia lo perdieron. Habría hecho mejor, razonaba para sí, quedándose prevenido en su casa.

 Bruno se sabía culpable. Fue por eso, que cuando una sentencia ordenó su libertad, debió aguzar bien los oidos y abrir los ojos hasta casi reventarlos, para poder dar credibilidad a lo que oía y a lo que más tarde leyó cuando le fue notificada la decisión judicial.

! Debió haber ocurrido un gran error!  Masculló en ese instante sin salir de su asombro. Puesto que además de las pruebas reunidas en su contra, su propia conciencia lo declaró culpable desde aquel fatídico día en que se dejó seducir por el demonio.

Pero, el peligro no le daba tregua. Ahora corría desesperado. Otro demonio le pisaba las huellas. Las voces tras de sí retumbaban en el silencio de la noche junto al insistente ladrido de famélicos perros que se unían, voluntarios inconscientes, a la tenaz persecución.
 Amenazas, insultos cada vez más cercanos, hacían desfallecer la voluntad de aquel hombre que hacía esfuerzos inauditos por mantener distancia entre él y la muerte...

.SÍ, mantenerse a distancia a como diese lugar, porque era la muerte azuzada por la " justa venganza," la que reclamaba su alma desde el mismo momento que debido  al cumplimiento de increíbles y obligados tecnicismos procesales, la JUSTICIA olvidó su rol al impartir justicia y lo liberó arguyendo que las pruebas que lo acusaban habían sido objeto de contaminación en el curso de la investigación.

  La parte agraviada,  defraudada, decidió hacer justicia por sus propias manos, aplicando la antigua Ley del Talión: "! OJO POR OJO DIENTE POR DIENTE!” .

De repente un fuerte golpe que quiebra sus huesos, que desgarra la carne de su cuerpo vencido, lo hace volver a la realidad. Ya en el suelo, Bruno, alzó la vista en la penumbra de la noche observando con horror una figura de mujer que blande con decisión el arma que acababa de herirle. A un lado del camino un hombre indignado, con los ojos inyectados en sangre lo mira fijamente, antes de descargar el golpe fatal que ha de ultimarlo…

Entonces como un rayo luminoso ante los ojos bien abiertos de Bruno Correa la figura angelical de una pequeña niña cruza cual fantasma de un lado al otro del obscuro camino, internándose en las profundidades de los cielos, ascendiendo… en busca del descanso eterno…

En ese supremo instante se hizo la luz en la conciencia homicida de Bruno Correa que ya agonizaba. Arrepentido, se maldijo mil veces.  Maldijo también mil veces aquel imperativo legal, que de acuerdo a la confesión de su abogado, obligó al juez a dictar la sentencia absolutoria de la pena que merecía su hecho criminal.

Cuentan que a partir de esa noche, todas las noches, a la hora precisa, en aquel solitario camino tapizado de abrojos se oye la voz lastimera de Bruno Correa pedir clemencia arrepentido de su crimen. Mas, en seguida se escucha una voz de mujer triste pero impiadosa, que le riposta con energía: ¡OJO POR OJO DIENTE POR DIENTE!