sábado, 15 de noviembre de 2014


UNA REFLEXIÓN SOBRE EL TEMA DOMINICO HAITIANO
WILSON A. Acosta S.


Durante la comparecencia de un distinguido intelectual haitiano, residente en nuestro país, por ante el  programa televisivo Revista  110  que produce el periodista Julio Hazim, en fecha 7 de junio del año 2012, este señor, en el curso de dicha comparecencia, refiriéndose a la invasión del año 1805, expresó más o menos lo siguiente:­­ que los desmanes en que incurrieron  Dessalines y  Cristóbal en  su corta incursión a la parte Este de la isla, quienes se vieron obligados al rápido retiro de sus tropas  por la aparición de naves inglesas frente a la ciudad de Santo Domingo, al  creer que se trataba de la armada francesa dirigiéndose a Haití a reconquistar su colonia recién perdida,  no fueron desmanes cometidos contra dominicanos, sino, contra españoles.

 Lo decía apoyado en la tesis de que la república dominicana no había sido proclamada aún, que ésta no existía para la fecha.   Proseguía diciendo, que a pesar de una intensa búsqueda realizada por él en España, no logró encontrar ni un solo indicio de memoria histórica registrada de aquel hecho, dejando entre ver que España no le dio   importancia al suceso, a diferencia de los dominicanos que lo han magnificado, manteniéndolo muy presente en la memoria, expresándolo a menudo como fundamento de sus aprehensiones y acusaciones contra Haití.
 En su errática afirmación, el distinguido  intelectual  que aludimos, olvidó que para entonces España había, por motivos  obvios, abandonado a su suerte a su antigua colonia, puesto que ya la había cedido a Francia mediante el tratado de Basilea de fecha 22 de julio del año 1795.

Si este concepto tan irracional como  anti histórico solo consistiera en  una tesis emocional o particular del distinguido intelectual en su calidad de ciudadano haitiano, podríamos interpretarlo como la reacción arrogante de alguien que intenta justificar lo injustificable, no olvidemos pues, que Jean Jaques Dessalines es el  venerado padre de la independencia de la patria del pueblo vecino. Pero resulta, que esta tesis ha sido acogida sustentada y difundida en  diferentes medios de comunicación del país por algunos intelectuales, historiadores y académicos dominicanos, llegando estos al extremo de negar la magnitud  del hecho histórico en sí.
 ¡Cuánto hubiese dado  yo para  que estos dominicanos hubiesen nacido en nuestra frontera Sur o Norte con Haití! Porque así habrían oído de la propia voz de sus abuelos y bisabuelos los tétricos relatos que estos oyeron a su vez de los suyos, dando fe de esos hechos sangrientos que por su magnitud no pudieron ser olvidados en el transcurso del tiempo.

Mi padre siempre habló con pena del incendio de la parroquia de Neiba, donde reposaban en archivo las actas de nacimiento, las actas bautismales y las actas de defunción junto a otros valiosos documentos históricos de los que nos privó ese hecho criminal del año 1805.
¿No eran nuestros ancestros los infortunados  hombres, ancianos,  mujeres y  niños muertos, y  aquellos  que fueron  arreados sin misericordia como bestias rumbo a Haití, por las huestes de Dessalines y Cristóbal, en esa ocasión ¿

El legado histórico nos dice que además de  los habitantes blancos cuya mayoría eran criollos nacidos en la media isla, la furia de este hombre alcanzó e hizo víctimas a los mulatos incluso a los negros puros, ya fueran esclavos o libres, porque en su mayoría no eran afines a sus planes unificadores, puesto que a pesar de que el líder negro les ofrecía la abolición de la esclavitud, se sabía que este había instaurado en su república recién proclamada un régimen de servidumbre que mantenía en la práctica el oprobio de la dependencia absoluta del hombre  a la plantación, vejamen que el esclavo de la parte Este de la isla no sufrió, en razón de la temprana decadencia del inhumano régimen económico de explotación en esta parte, que comenzó a sustentarse en el hato, en el corte de madera y en una  agricultura más o menos de subsistencia. Todo lo contrario de lo acontecido en la parte occidental  donde existían enormes propiedades rurales explotadas por el trabajo esclavo. La relación pues, entre esclavos  y amos en nuestro ambiente fue más de características patriarcal,  fenómeno social que dio origen a que nuestra población fuese casi totalmente mulata, unida por un sincretismo cultural que nos fue definiendo desde muy temprano como una nación con todas sus particularidades y sus naturales atributos.

 En otro trabajo publicado por mí en este blog establecíamos que de acuerdo con estudiosos de nuestra historia, la conciencia de nación en los dominicanos comenzó a afianzarse a partir de la segunda mitad del siglo XV111, en el fragor de las luchas libradas por la defensa de nuestro territorio y por la salvaguarda de la vida de sus habitantes, permanentemente invadido por aventureros y por los franceses del Oeste, agresión que obligó a España a fundar una serie de Villas, para poblar los territorios abandonados por las despoblaciones efectuadas por Osorio en los años de 1606 a 1608, construyéndose con dicha decisión una barrera para contener el avance acelerado del intruso. Ya, pues, para  el inicio de la segunda mitad del sigloXV111 los habitantes de la parte Este se auto definían como dominicanos españoles, estableciendo una clara diferencia con el pueblo que ocupaba la parte occidental.



En la historiografía haitiana hallamos testimonios en los que historiadores haitianos aseguraban convencidos de  que los dominicanos se consideraron siempre como una sociedad distinta, totalmente diferente a la haitiana,  que siempre tuvieron como meta la fundación de un estado independiente de la república haitiana.
También hemos dicho  que con anterioridad a  los días en que el presidente Boyer preparaba la invasión de 1822 a nuestro país como respuesta a la independencia  proclamada por Don José Núñez de Cáceres en el 1821, este ya  había enviado  centenares de familias a establecerse en este lado para que, sonsacando a algunos residentes conformaran y fortaleciesen un partido que solicitara la ocupación a nombre de los dominicanos. Es cuando un general de su ejército de nombre Guy Joseph Bounet le advirtió del error que cometía al intentar una fusión entre haitianos y dominicanos, haciéndole notar la reacción que provocaría ésta, dada la gran diferencia cultural entre ambas naciones.

Muy cierto que para 1805 la república dominicana no existía, faltaban unos treinta y nueve años para su proclamación, lo que si existía era una nación surgiendo vigorosa, compuesta por hombres y mujeres que ya se hacían llamar dominicanos, rechazando permanentemente las imposiciones foráneas, aferrada a una cultura que iba sedimentándose en la comunidad, proveyéndola de identificación nacional a través de una simbiosis que se logró sin traumas entre los legados  aportados por nuestros   abuelos hispanos y africanos.

Todo lo antes dicho viene a propósito del tema migratorio que desde décadas atrás ha pendido como la espada de Damocles sobre la  cabeza de los dominicanos y que definitivamente el actual gobierno nacional armado de la constitución y de las leyes que rigen al país, haciendo un correcto ejercicio de soberanía, da los pasos necesarios para regular la situación de cientos de miles de migrantes en su mayoría ciudadanos haitianos indocumentados residentes en nuestro territorio. Esta patriótica acción de nuestras autoridades ha levantado una ola de opiniones diversas tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, provocando cierta confusión  al dominicano sencillo que constituye la gran mayoría de nuestros conciudadanos. En una actitud netamente maniqueista, a lo mejor animada por intenciones inconfesables, se ha sacado de su verdadero contexto el tema central, tocando extremos peligrosos que vendrían a acarrear un serio inconveniente al anhelado  clima de paz, de cooperación y de entendimiento  que las circunstancias obligan a mantener entre ambas naciones. Se ha llegado al  extremo de desenterrar el viejo y casi olvidado tema de las aspiraciones de Tousseint, Dessalines, de Cristóbal y de Boyer, que una vez reclamaron la unidad de la isla, expresando que la república de Haití tenía como frontera o límites el mar, ignorando la existencia de la nación dominicana y sus legítimas aspiraciones de fundar una república libre e independiente de toda dominación extranjera.

 Solo a personas completamente obnubiladas o comprometidas con  intereses foráneos anti nacionales se les podría ocurrir que a estas alturas se les pueda imponer a los dominicanos una fusión de ninguna especie con Haití. El día que permitamos que minorías nacionales o haitianas u organizaciones extranjeras tengan la potestad de imponer cambios a nuestra instituciones o a nuestra ley fundamental, desde ese fatídico día, pasaremos a la historia universal como el primer pueblo en aceptar tal indignidad sin antes inmolarse si fuese necesario  Estas dos naciones que comparten la isla de Santo Domingo deben estrechar sus lazos de amistad, pero transitando sus respectivos caminos, conservando y respetando sus inviolables soberanías.

Estamos convencidos de que la unidad de criterio en estos momentos sobre este delicado tema es imperativo, las querellas personales y políticas deben ir a un plano secundario si es que queremos evitar que la  inminente crisis del Estado haitiano ahogado por una explosión demográfica que supera en mucho sus posibilidades territoriales y económicas, se lleve de encuentro la existencia misma de nuestro país.
Algunos entendidos en la materia consideran que   las relaciones de ambos estados pende de una bomba de tiempo, por lo que se hace urgente que se tomen las medidas precautorias pertinentes para evitar su inminente explosión, asumiendo con madurez y sentido de la historia, ambas partes, sus respectivas responsabilidades junto a la suficiente ayuda de los organismos de la comunidad internacional y al pago de la deuda histórica contraída, por Estados Unidos, Francia y España principalmente , no solo con Haití, si no con la totalidad de la isla.


Debemos unirnos para preservar nuestra frontera, nuestro territorio, nuestros ríos, nuestros bosques, nuestra economía, nuestra cultura, nuestra  nacionalidad. Es lógico que entendamos que estamos obligados a convivir en paz y amistad con los haitianos. Es una verdad de Perogrullo la que asegura que ambos países están impelidos  a implementar planes comunes de desarrollo y aprovechamiento de los recursos naturales que compartimos, pero todos esas realizaciones solo habrán de concretarse sobre el seguro y justo andamiaje de una legislación sabia, coherente, respetuosa de la soberanía de ambas naciones,  que dé inicio a una nueva era en las indispensables relaciones dominico haitianas. 

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