miércoles, 9 de julio de 2014




LA HISTORIA DE BENITO LOPEZ
UN CUENTO DE Wilson A. Acosta S,

Por el estrecho y desolado camino que conduce a la   población, surgen intempestivos espacios a ambos lados  cubiertos por pequeños arboles saturados de polvo resistiendo la sequía. Soportando a duras penas ese calor de horno encendido, capaz de derretirle el pensamiento al cristiano que se aventure por estos apartados parajes del valle de Neiba, desafiando el fiero meridiano de nuestros veranos...

Benito López despertó esa mañana más temprano de lo acostumbrado.  Lleno de esperanzas. Tan temprano, que aun los rayos del sol no penetraban las rendijas de su vetusto bohío. Todavía las gallinas no se habían bajado del palo de dormir. La vieja Melisa impedida por el reuma, no había podido dejar aún la cama, para avivar las brazas del fogón y preparar el café.
El día anterior Benito fue convocado a una reunión por el presidente del partido de gobierno, allá en el pueblo. Y para qué pensó casi afirmando con entusiasmo, que no sea para darme la noticia de las obras que tanto anhelamos los lugareños.

! Por fin nuestro sueño se hará realidad!  Dijo Benito a su vecino y amigo José Negra. Tendremos la bomba que hace falta para el pozo, habrá financiamiento para la agricultura, tendremos energía eléctrica  para nuestras viviendas, medicina y escuelas para la familia.
! Dios lo quiera! contestó el viejo José, en tono dubitativo. Y en su rostro se dibujó una mueca de  incredulidad     adquirida en la continuidad de una larga experiencia…

Benito va feliz a la cita. El derroche de luz y de calor del sol sobre las blancas piedras del camino calienta su calzado,  maltrata la dura piel de sus pies; no obstante, indiferente al dolor va cantando, porque está seguro, de que a la vuelta será portador de la mejor noticia para sus coterráneos.
¡Oh sorpresa! Al llegar se entera de que la convocatoria urgente se debía a que la alta dirección del partido pautó un gran encuentro en apoyo a las aspiraciones senatoriales “de su máximo líder en la provincia”, al cual la asistencia seria obligatoria…

  ¡Regocíjense! Les dice el compañero dirigente que los recibe, deben saber, que a todos los compañeros  presentes se les obsequiará una funda repleta de comestibles con los cuales podrán saciar el hambre de la familia por una semana, y como si esto fuera poco, también se les dará una botella de ron criollo, mas una hermosa gorra con los colores del partido, con la siguiente inscripción: “COMPAÑERO SIN TI, SE HUNDE ESTE PAIS”.
  ¡Bien, bien! ¡Lo bueno no se cambia!  ¡Aprobado! ¡Otra vez a la carga!  Gritaron muchos hombres y mujeres en la concurrencia, entre fuertes aplausos.
 Pero una voz de hombre, un disidente, surgió de entre los presentes, que confundido y frustrado en sus esperanzas, con una pasión que le ahoga y un vozarrón que casi le abre el pecho interrumpe la cháchara, y les gritó:
¡Basta ya de engaños, de mentiras y de humillaciones!  ¡Queremos obras que nos conviertan en hombres hacedores de nuestro propio destino!
Benito López solo alcanzó a escuchar la palabra “traidor” puesto que cuando los presentes en avalancha se le fueron encima  para castigar su atrevimiento, alguien lo golpeó tan fuerte que perdió el conocimiento…

Benito López ha vuelto a la realidad.  Por un milagro conservó la vida;  recibe amigos y parientes que lo creyeron muerto después de la paliza recibida.
 Saluda y refiere cosas como si hubiese estado mucho tiempo ausente,  cuando en realidad fue apenas unas horas de inconsciencia, pero a él le pareció una eternidad…
Ha llegado la noche… llueve sobre la tierra blanca del paraje. Las hojas de los árboles que están de verde intenso, lucen su recién adquirida lozanía.
El arrullo de las tenues gotas de la lluvia, sobre las vetustas hojas de palma del techo de la pobre casa de Benito López, es una bella canción a la esperanza que por su tozudez  aun persiste en él, a pesar de todo lo ocurrido.

Benito se estremece al pensar en cómo personas que ayer fueron parte  en la pobreza de sus comunidades, hoy el ejercicio del poder los convierte en negadores jurados de su propio origen…Y dice convencido:
 ¡No hay peor astilla que la del mismo palo!
¡Condenados bastardos!, exclama adolorido, incorporándose con dificultad sobre la cama:
¡Yo les aseguro, que el día del final, ustedes no podrán ver la cara a DIOS!
                  
Mientras tanto, en un rincón de la pequeña habitación, acuclillado, casi oculto en la penumbra del recinto, el viejo José Negra recordaba con pena que mucho tiempo atrás, él fue golpeado también por el mismísimo motivo que hoy han apaleado al infeliz de Benito López.