lunes, 30 de junio de 2014



LA LEY DEL TALIÓN
 (UN Cuento de: WILSON A.ACOSTA S).

 Estaba casi a punto de desfallecer. La inminencia de una súbita caida le llenaba de temor. De ese mismo temor que le dio fuerzas para huir desesperado por la larga y sinuosa vereda alfombrada de abrojos, que bordeando las escasas viviendas del lugar se va alejando hasta perderse en el horizonte.
  Bruno Correa, sabía que aquellos que le perseguían no le darían tregua, pues el motivo que les movía era tan definitivo como fatal.

 La Luna desde el cenit, mudo testigo presencial, daba un poco de claridad al espectáculo final de este hombre acorralado, cuya única alternativa era la huida… 

El sudor le corría por todo su cuerpo como rio desbordado, nublaba sus ojos, empapaba sus ropas recién compradas.  Aquellas prendas que hacía pocos minutos bistió con ilusión, presumiendo en cuánto impresionaría su figura joven y aseada a la concurrencia femenina que le esperaba en la fiesta del reencuentro, organizada por sus compañeros de andanzas para celebrar su inesperada libertad.
 Ahora, que la muerte le pisa los talones, por su mente pasan a velocidad meteórica las terribles escenas de los hechos recientes, cuando el demonio se le metió en la cabeza, y estupró, asesinando después, a una niña de apenas diez años de edad.

Hacía quizás unas tres horas alguien lo llamó desde el estrecho callejón contiguo a su morada, mientras él se preparaba para su salida, esa voz le advertía: “! Bruno Correa, no debieras dejarte ver por estos lugares! ¡Es preferible vivir!
  Como respuesta Bruno abrió con violencia la puerta dispuesto a enfrentar al intruso… Solo alcanzó a oír la amenaza sonora de una hoja de acero al chocar contra las rocas que bordean el camino.
 Su arrogancia y su auto-suficiencia lo perdieron. Habría hecho mejor, razonaba para sí, quedándose prevenido en su casa.

 Bruno se sabía culpable. Fue por eso, que cuando una sentencia ordenó su libertad, debió aguzar bien los oidos y abrir los ojos hasta casi reventarlos, para poder dar credibilidad a lo que oía y a lo que más tarde leyó cuando le fue notificada la decisión judicial.

! Debió haber ocurrido un gran error!  Masculló en ese instante sin salir de su asombro. Puesto que además de las pruebas reunidas en su contra, su propia conciencia lo declaró culpable desde aquel fatídico día en que se dejó seducir por el demonio.

Pero, el peligro no le daba tregua. Ahora corría desesperado. Otro demonio le pisaba las huellas. Las voces tras de sí retumbaban en el silencio de la noche junto al insistente ladrido de famélicos perros que se unían, voluntarios inconscientes, a la tenaz persecución.
 Amenazas, insultos cada vez más cercanos, hacían desfallecer la voluntad de aquel hombre que hacía esfuerzos inauditos por mantener distancia entre él y la muerte...

.SÍ, mantenerse a distancia a como diese lugar, porque era la muerte azuzada por la " justa venganza," la que reclamaba su alma desde el mismo momento que debido  al cumplimiento de increíbles y obligados tecnicismos procesales, la JUSTICIA olvidó su rol al impartir justicia y lo liberó arguyendo que las pruebas que lo acusaban habían sido objeto de contaminación en el curso de la investigación.

  La parte agraviada,  defraudada, decidió hacer justicia por sus propias manos, aplicando la antigua Ley del Talión: "! OJO POR OJO DIENTE POR DIENTE!” .

De repente un fuerte golpe que quiebra sus huesos, que desgarra la carne de su cuerpo vencido, lo hace volver a la realidad. Ya en el suelo, Bruno, alzó la vista en la penumbra de la noche observando con horror una figura de mujer que blande con decisión el arma que acababa de herirle. A un lado del camino un hombre indignado, con los ojos inyectados en sangre lo mira fijamente, antes de descargar el golpe fatal que ha de ultimarlo…

Entonces como un rayo luminoso ante los ojos bien abiertos de Bruno Correa la figura angelical de una pequeña niña cruza cual fantasma de un lado al otro del obscuro camino, internándose en las profundidades de los cielos, ascendiendo… en busca del descanso eterno…

En ese supremo instante se hizo la luz en la conciencia homicida de Bruno Correa que ya agonizaba. Arrepentido, se maldijo mil veces.  Maldijo también mil veces aquel imperativo legal, que de acuerdo a la confesión de su abogado, obligó al juez a dictar la sentencia absolutoria de la pena que merecía su hecho criminal.

Cuentan que a partir de esa noche, todas las noches, a la hora precisa, en aquel solitario camino tapizado de abrojos se oye la voz lastimera de Bruno Correa pedir clemencia arrepentido de su crimen. Mas, en seguida se escucha una voz de mujer triste pero impiadosa, que le riposta con energía: ¡OJO POR OJO DIENTE POR DIENTE!