jueves, 25 de febrero de 2010


EL VIEJO JULIO CANUTA
Una historia verídica 24-O2-10

No me es posible imaginarlo separado de su asno, de un trotar ligero (por lo que le llamaba “Mi Cochesito”). Acomodado sobre él como un viejo jinete sin pretensiones ni arrogancias, empeñado solo en su faena, en su ir y venir del conuco a la casa.
Con su obligada parada de al regreso en casa de mis padres, para conversar con ellos, enterarlos de los sucesos acaecidos en su diaria y fatigosa labor o de aquellas noticias

de la noche anterior, que recogía en la enramada de su casa al disponerse a dar las cachimbadas de antes de acostarse, rodeado de la familia y de los amigos del vecindario.
Llegó a nuestro hogar un día en pos de mi padre para tratarle asuntos personales…..De los cuales nunca llegamos a enterarnos.
Mamá decía en esa época que papá era el secretario del pueblo y del campo..Todo aquel que deseaba una carta bien hecha o una sana orientación sobre cualquier problema acudía a él, que solícito , les complacía sin exigir remuneración.
Así lo conocimos, con su sombrero marrón de forma cónica, su piel oscura y sus finos rasgos faciales. Pareció que lo estábamos esperando…..Ese hombre se adueñó en un santiamén del cariño de nuestro hogar. Convirtiéndose en el abuelo cariñoso que tanta falta nos hacía. Se integró de tal forma a la familia que fue como si siempre lo hubiésemos tenido en intimidad.
Nos confesó entre bromas que una noche acosado por algo sobrenatural que le invadió su casa quitándole el sosiego a su familia, decidió dejar el lugar de donde era oriundo, por lo que en una ocasión desesperado, amaneció en Neiba con su mujer e hijos donde encontró la tranquilidad que había perdido.
El viejo Julio, viejo Leo, llegaba con las árganas de su asno repletas de víveres y algunas frutas , con una sonrisa eterna iluminando su rostro y una historia a flor de labios que provocaba la risa cantarina de mi madre que traspasaba los límites del patio, alertando al vecindario . Ansioso de compartir las nuevas que el viejo nos traía.
Es que nuestra casa quedaba justo a mitad del camino que ha diario él hacia entre su hogar y el conuco: entre la Sección del Tanque en el sur y el sector de Tabardillo rumbo al norte…..Después de largo rato quizás más de tres horas con nosotros nos repartía de las frutas que llevaba a su familia , y a mamá, a pesar de sus protestas , le dejaba en un rincón de la cocina algo para alagarla. ¡Siempre de lo mejor!
Los domingos se aparecía de gala a hacernos la visita . Lo recibíamos con algarabía….El se enorgullecía de nosotros y decía a nuestra madre: “ Sus hijos Doña son los muchachos mejor educados y respetuosos que yo he conocido en toda mi vida”…….

Sabía muchas historias nuestro viejo y las decía con naturalidad y gracia. Cuando estaba indispuesto por alguna razón, le enamorábamos, y entonces el reía y surgía como por encanto el relato que oíamos con interés
Con el tiempo supe que era un cuenta cuentos, que en los velatorios se disputaban su compañía, porque nadie como él sabía entretener la noche entre tabaco y tragos. El interés de seguirlo espantaba el sueño.
Bajo el influjo de su hechizo las madrugadas resultaban cortas.
Una vez nos llegó muy triste porque un viento extraño le había desolado el pequeño conuco…Ese remolino Doña, decía a mi madre, sólo dañó mi propiedad, las demás ni las tocó. ¡Hombre de mala suerte como yo! ¡Hasta la ventilación me tira!
Dios nos premió al regalárnoslo por mucho tiempo. Nos vio crecer , hacernos hombres y mujeres y hasta conoció nuestros primeros hijos.

Un día el viejo Leo faltó a la cita por primera vez , después de haberla concertado para siempre cuando lo conocimos. Nos dejó esperando, sin excusa previa, en la rustica terraza construida de madera sin pulir techada de palma cana donde a diario, en la hora que sigue al meridiano, nos reuníamos la familia para “ sestear” el fuerte calor propio de nuestro clima.
Mi madre y yo fuimos a visitarle preocupados y lo encontramos en cama, resignado, consciente de la fatal gravedad que le aquejaba.
La última vez que le vimos con vida nos despedimos del él convencidos de la proximidad de su muerte. En ese encuentro aprovechando un momento en que visitas y familiares hablaban desprevenidos sobre temas banales , el viejo Julio llamó a mi madre y alzando el brazo alcanzó una larga cadena que colgaba del espaldar de su cama y le susurró: “ Doña le he guardado esta cadena para que amarre el perro, pues anoche cuando fui a visitarlos el muy malvado no me permitió entrar”……….
Al salir de la humilde vivienda de nuestro inolvidable amigo mi madre me confesaba sensiblemente tocada : “! Cuanto ladró “ Corso,”: nuestro perro, anoche! ¡ Parecía que algo lo molestaba con insistencia ¡……..
Julio murió y nos llenamos de pena. Siempre ha de vivir su grato recuerdo entre nosotros
Fue un buen abuelo que nos regaló el cielo.