domingo, 4 de marzo de 2018

Frontera y Globalización

Wilson A. Acosta S.

Hemos escuchado a personas entendidas en la materia aseverar que la globalización como derivado del super desarrollo de la economía y del inusitado avance de la ciencia y la tecnología ha traído consigo, a contra pelo, la supremacía del individualismo ante el interés social, convirtiendo al hombre en un ser sumamente ambicioso, inclinado hacia metas muy personales, colocando en un segundo plano el interés común. Y que, obnubilado por el caudal de las maravillosas ofertas de bienestar y disfrute que les ofrece el nuevo estatus mundial va perdiendo el sentido ético de su naturaleza. Parecería que la ambición en el hombre se hace ilimitada ante el nuevo universo que se le oferta.

Se afirma en una discutida tesis escrita por el politólogo Francis Fukuyama en el año 1992 titulado EL FIN DE LA HISTORIA, la desaparición de la historia y el fin de las ideologías; la primacía del capital, de la tecnología y de la ciencia como fundamento de la futura sociedad humana y el predominio mundial del liberalismo económico liderado por Estados Unidos y Europa tras la derrota del facismo y del comunismo.

La globalización de las comunicaciones a pesar del enorme salto que representa en el tránsito de la humanidad hacia estadios superiores de civilización, ha introducido también modalidades completamente demoledoras en las sociedades que como las nuestras del tercer mundo, viven inmersas en el subdesarrollo; ha maleado nuestras costumbres ancestrales, nuestra cultura, nuestro lenguaje, nuestro pensamiento. Introdujo hasta esa forma cruel, sofisticada, de ensañamiento en la ejecución de los crímenes comunes, fruto de esa mala influencia que exhibe la innovación de la TV el internet y el cable a todos los rincones del mundo las veinticuatro horas del día. Es indiscutible que la ignorancia carece de posibilidad racional e intelectual para poder “Separar la paja del trigo” razón por la que el pueblo ignaro será siempre presa fácil de ese mensaje novedoso que atrapa las mentes incapaces de discernirlo.
Es indudable que la sociedad desarrollada vive hoy una etapa crucial de procesos y progresos. De cambios transformadores hasta hace poco impensables.

Cierto que la supremacía de la economía de la ciencia y la tecnología ha dado por llamar “Aldea Global “a lo que hasta entonces fue un enorme globo terráqueo donde la mayoría de las naciones casi se desconocían, con grandes diferencias en sus respectivos desarrollos socio- económico, repletas de atrasos e inequidades, que la magia de la tecnología de los países desarrollados los ha convertido en una vecindad.
Los separaban millares de kilómetros de distancia y aún otros tantos de civilización y conocimientos.
Ahora, los une una cercanía virtual.

Tal parece que nos encaminamos hacia un cambio radical en lo que respecta al concepto del estado nacional surgido en el siglo XV111; de los principios éticos, morales, sociales espirituales y religiosos que desde entonces han predominado en las naciones occidentales.

La riqueza, el deseo desmedido de todo lo “bueno” que ésta ofrece, sumerge al hombre de este siglo en un fatal individualismo, mientras que las élites que gobiernan el mundo cada vez más cerradas, se disputan los depósitos de los valiosos minerales que reposan en el subsuelo sin importarles el daño que su explotación acarrea al eco sistema y medio ambiente de nuestro planeta.
Indiferentes ante el drama de millones de seres humanos que huyen por el hambre y el horror que provocan las modernas e infernales armas que se emplean en la guerra por la supremacía económica y tecnológica mundial. Dando origen a una de los desplazamientos de migrantes más grandes que registra la historia de la humanidad.

Insensibles ante toda esta tragedia los amos del mundo se regodean en el exceso de sus riquezas, en pos de debelar los secretos de la ciencia; entretenidos en la conquista del espacio, apoyados en el capitalismo extremo que amenaza la paz del mundo, ignorando la miseria moral, el hambre, desamparo y analfabetismo de miles de millones de seres, víctimas de esa política negadora de justicia y de derechos humanos, obligados requisitos para mantener la paz la armonía y el real progreso entre los hombres.
A propósito de aquellos pobres países desde donde centenares de miles de sus habitantes al borde del colapso se han lanzado por los caminos inciertos de la emigración, le exponemos el ejemplo del triste cuadro de desesperanzas y abandono que acogota a nuestro vecino Haití.

Haití comparte la isla de Santo Domingo con la República Dominicana, posee la tercera parte de un territorio que no alcanza los cien mil kilómetros cuadrados, esa tercera parte ha sido devastada en sus ríos su flora y su fauna por la miseria y falta de educación de sus habitantes, por la negatividad y falta de interés de sus líderes políticos que le han gobernado a partir de la proclamación de su independencia. No obstante la vecindad física que acerca a ambos pueblos, existen poderosas razones históricas, idiomáticas culturales y religiosas que han interferido en su entendimiento.

La república Dominicana logró su independencia de Haití en el año 1844 después de 22 años de ocupación durante los cuales su imposición no logró diluir la identidad nacional de los dominicanos. Estos hechos incontrovertibles han de tenerlos en cuenta todo aquél que se proponga realizar un serio estudio del comportamiento secular entre ambas naciones.

En el presente la migración haitiana en la república dominicana establecida en campos y ciudades es masiva. Satura nuestro territorio de niños pedigüeños, mujeres embarazadas y hombres ofertando su fuerza de trabajo.
Desbordan las posibilidades de un país pobre como el nuestro que lucha por resolver sus graves problemas domésticos de salud vivienda educación y empleo. No es posible establecer con exactitud el número de hombres mujeres y niños que han ingresado libremente por la frontera por ser este un tránsito ilegal no regulado; se estima que alrededor de dos millones ya lo han logrado a partir de la muerte del presidente Trujillo ocurrida en el año de 1961, que custodió, en su férreo mandato de treinta y un años, con celo y orden la frontera. Hoy con el apoyo de las constructoras oficiales y particulares de los grandes y pequeños agricultores beneficiarios de la mano de obra barata en detrimento del obrero y del trabajador agrícola nativo, los haitianos vienen como en romerías a establecerse ilegalmente en nuestro territorio con el público beneplácito de instituciones internacionales que se entienden por encima de nuestras leyes y nuestra Carta Magna, desconociendo nuestra soberanía, pues les resulta más fácil dar esa simple solución a tan espinoso problema.


Los países del tercer mundo ven caer cada vez más en dependencia sus débiles economías e instituciones que han sido tomadas por el nuevo orden que hace al rico más rico y al pobre más pobre. No han querido comprender que la desigualdad la injusticia y el hambre amenazan con atravesar las fronteras y los muros de las grandes naciones, que no podrán detener la avalancha de millones de seres humanos en su desesperada búsqueda de lo esencial para poder vivir con dignidad.

La migración haitiana está siendo rechazada en todos los países, se aprestan a endurecer sus leyes para evitar “la migración no deseada” que por todos los medios les está llegando de Medio Oriente África México América latina etc…Tan patética es la situación que se ha llegado a predecir que de seguir este estado de cosas, la humanidad se expone en un futuro no muy lejano a una grave desestabilización.

La democracia y la libertad que se practicó en los siglos X1X y XX netamente teórica, enunciativa, excluyente, debe quedar en el pasado; la tecnología el capital y la ciencia deben ponerse al servicio de la educación y el desarrollo de los que permanecen en el atraso, abrirle paso a la democracia social de igualdad y justicia para todos, que sean sus objetivos primordiales la educación, la vivienda, la salud, el trabajo, la equidad, asegurando la participación de todos los ciudadanos, mediante consulta, sobre los temas referentes al presente y al futuro de la vida institucional en sus respectivos países, sobre todo, que las potencias dueñas del capital y la tecnología comprendan que deben pagar el precio de la paz prestando ayuda con honestidad al desarrollo de los pueblos que por razones harto conocidas no han logrado superarlo. Esa debería ser la gran meta del futuro.

Nuestro país se encuentra en estos precisos momentos en una delicada situación en que urge definir ante todo el problema migratorio, primero: la repatriación de los ilegales que inundan nuestro territorio. En segundo lugar: establecer una responsable y severa custodia de nuestra frontera física y jurídica con Haití, que evite su impune violación cumpliendo con las leyes y reglamentos que nuestra legislación dispone para corregir ambos casos. Solo así podrá asegurarse un futuro promisorio de paz y prosperidad a las dos naciones que ocupan esta pequeña isla.