jueves, 14 de febrero de 2013




LILÍS: UN PROCER QUE PREFIRIÓ LA DICTADURA

Wilson A. Acosta S.


¿ Cómo conciliar la figura y la personalidad de un guerrillero rural, cabalgando sobre un veloz equino, a lomo pelado, descalzo, en horas nocturnas, arreando hacia Haití el fruto de su ilícito por los inhóspitos caminos de la frontera sur de nuestro país por aquellos intricados vericuetos de la región de San Juan de la Maguana que él conocía palmo a palmo, desafiando la justicia y la muerte en los tiempo de esos trágicos seis años de guerra contra Báez que transcurrieron de 1868 al 1874, con aquel soldado de la patria, oriundo de Puerto Plata, que luchó hombro con hombro con los excelsos héroes de la Restauración de la República en contra de la España, que derramó su sangre y sostuvo con viril fortaleza la insignia azul del partido de Luperón?

¿Cómo conciliar a aquel personaje de la historia nuestra, capaz de tomar sin su consentimiento el caballo del general José María Cabral para realizar sus correrías y tropelías en connivencia con sus aliados dominicanos y haitianos, con aquel futuro presidente, pulcro, educado, conversador, entendedor de varios idiomas, convertido en un sagaz e inteligente político que luego metió entre un puño de hierro y una trampa de sangre a los dominicanos por espacio de unos veinte años?

Las deficiencias de la época, las circunstancias que colocan al hombre en los distintos escenarios de la historia, el azar, se les imponen a estos como si esas fuerzas del determinismo ejercieran una fatal influencia sobre sus voluntades y sus aspiraciones, arrastrándolos cual simples actores de un drama preconcebido por las urgencias irresistibles del destino.

Terminada la gran guerra de la restauración en el año de 1865 Gregorio Luperón decide retirarse a su ciudad natal de Puerto Plata, manifestando una increíble y extraña decisión, por lo menos para un líder de su estatura con amplio dominio sobre la situación del momento, indecisión o decisión, de mantenerse al margen de las luchas políticas por el ejercicio del poder, no obstante él, irreductible nacionalista, ser la figura principal del liberal partido azul.

Después de esa guerra contra España se inicia un triste enfrentamiento , disputándose entre hermanos el disfrute del poder político; se suceden efímeros gobiernos presididos combatidos y derrocados por los mismos miembros del partido azul, cuyos jefes no lograban ponerse de acuerdo, a pesar del gran acuerdo que poco antes habían logrado, cuando la patria lo exigió, dando al traste con la segunda independencia nacional.

En ese entonces se mostraba en el horizonte de la nación recién liberada, emergiendo como una amenaza que esperaba al asecho la oportunidad del zarpazo, un fuerte gladiador, invencible competidor, dueño y señor de las grandes mayorías del sur, cuyos tentáculos y simpatías recorrían la república tras el poder, aquella recia figura que presidia el partido rojo: Don Buenaventura Báez Méndez llamado por el pueblo: “ Pan sobao”, que apareció siendo el beneficiario del debilitamiento de las fuerzas azules, distraídas por sus querellas y sus luchas internas, caudillo que representaba los intereses del grueso de las fuerzas conservadoras que dominaban la economía del país. Quizás fue esta grave situación una de las determinantes que indujeron al Prócer Gregorio Luperón a aceptar las ambiciones poco disimuladas de su pupilo Ulises Heureaux, permitiéndole convertirse en árbitro de los destinos del partido azul, advirtiendo en él la fortaleza el liderazgo y la determinación necesarias para enfrentar a tan colosal adversario.

Dice Horacio Blanco Fombona en su obra “El Tirano Ulises Heureaux” o “Veinte años de Historia Tenebrosa” que D Assas Heureaux padre de Lilis fue un hombre serio al decir de sus contemporáneos, adicto a lecturas morales y asistente diario a la misa, mestizo de francés y haitiana y que en una ocasión D Assas Heureaux comentando con orgullo los triunfos guerreros y políticos de su hijo, exclamó en el “creol” de su patria natal (Haití) :” Caball no parí puerc” pretendiendo decir; “ El que lo hereda no lo hurta” atribuyendo las cualidades de su hijo a su herencia biológica paterna.

El general Heureaux poseía todas las características de la raza negra, su fisonomía, el color, el pelo crespo y las facciones, nadie podía advertir en él rastro de mestizaje o mulataje. En una ocasión que departía con Don Emiliano Tejera uno de los temas que abordaron consistía en la necesidad de aclarar el color de los dominicanos, (tema que varias décadas después fue tambien preocupación del Generalísimo Trujillo) Lilis con orgullo le dice a su interlocutor:

” En la Sala Capitular de Cabo Haitiano existe el retrato de un francés completamente blanco cuyo nombre fue Doyen Heureaux ese francés blanco es mi abuelo”.
Lilis fue un guerrero de extraordinarias habilidades, con un valor a toda prueba, demostrado en mil contiendas, poniéndolo de manifiesto en nuestra región del sur donde ganó respeto cuando rescató el cadáver de Benito Ogando (a) Mano Ogando, muerto en la toma por las fuerzas del gobierno del cantón de “Rancho Mateo” rodeado de enemigos dispuestos a evitar a toda costa su rescate; tambien en la paz demostró sagacidad política, que lo llevo a superar todas las expectativas que como hombre de ambición se pudiera esperar de él en el momento histórico que le tocó vivir, llegando al extremo, de ganarse la confianza paternal del prócer de la restauración Gregorio Luperón, del presidente Fernando Arturo de Meriño y del presidente y Prócer Francisco Ulises Espaillat Quiñones, a quienes defendió con lealtad ,enfrentando las revueltas que surgieron en contra de sus administraciones.

En la guerra de los seis años contra Báez combatió en todo el sur de la república y demostró inteligencia, convicción y honestidad en sus principios, al despreciar los halagos del todo poderoso presidente, que lucía realmente imbatible, que le ofrecía a cambio de su fidelidad entre otras prebendas una gobernación en su gobierno.

Como político ducho Lilis previó, después de la experiencia adquirida en la etapa comprendida entre los años 1863 al 1874 que sin el apoyo de las fuerzas conservadoras que mantuvieron a Pedro Santana y a Buenaventura Báez en el cenit del liderazgo nacional no habría posibilidad de un gobierno fuerte capaz de enfrentar la sedición y la anarquía que arropaba la sociedad dominicana, por lo que, cuando accedió al poder de la republica lo hizo apoyándose en parte de esas fuerzas, e inició una feroz persecución contra los que no cedieron a sus reclamos e intentaron enfrentarlo tanto desde el litoral del partido azul, como aquellos Baecista y remanentes del Santanismo que no aceptaron sus promesas.

“EL PACIFICADOR DE LA PATRIA”, título con el que fue investido Lilis por la debilidad y miseria moral de sus acólitos en el Congreso de la República, fue uno de los gobernantes que más martirizó a nuestro país. Tan astuto, sínico, cruel y corrupto, que solo es comparable a Pedro Santana asesino de patriotas como la mártir María Trinidad Sánchez, a Buenaventura Báez y a Trujillo,
Ahora bien, si esto puede morigerar un poco su deuda histórica, es justo decir que el siglo X1X fue el siglo de las dictaduras y que Hispanoamérica estaba plagada de déspotas y caudillos que oprimían sus naciones bajo el yugo del absolutismo. Los regímenes liberales y democráticos constituían un ideal en estado embrionario, sus propulsores se convertían generalmente en mártires, situación que se prolongó hasta el siglo XX.

Les dejo al término de este sencillo trabajo un vivo ejemplo de la crueldad de Lilis:( del libro de H, B,F) sic.” El general Zapata, San carleño, alto, delgado, perfilado, oscuro, tenía la ciudad por cárcel y dormía con el Estado Mayor del presidente.

Recorría la capital en buena cabalgadura todas las tardes. Una noche empezó a morirse con agudos dolores estomacales. El hombre va mal díjole Dundún a Lilis, quien le replicó, no se preocupe que el hombre va bien.
Cuando Zapata murió, a las pocas horas, Dundún subió a informar de nuevo al Presidente: ¿No le decía yo que el hombre iba mal? A lo que respondió éste con una sonrisa reveladora: ¿Y yo, no le decía que la cosa iba bien?”

El general Zapata con su apostura física y su actitud arrogante despertó la sospecha en el siempre alerta dictador, que decretó su muerte por envenenamiento.