martes, 13 de enero de 2015


UN POEMA:
DESPIDIENDO EL AÑO

Wilson A. Acosta S.

La serena agonía del año que nos deja, es el triste remedo de una canción añeja que no ha de oírse más. Es la última estrofa de un poema. Que ha perdido su rima y su cadencia. Es una flor dormida que deshace su aroma en el atardecer de su existencia. Que se esfuma, cual destello fugaz de una estrella viajera. Como el murmullo del adiós furtivo que un ángel pasajero da a su hogar en la tierra. Hoy solo amor y soledad están conmigo en esta noche de espera, en la que he de concluir mi cuaderno de bitácora. En sus páginas quedaran sepultos mis sueños no natos, junto al recuerdo de los momentos gratos convertidos en sombras indelebles. Condenados a un pasado inminente que ya en la víspera se resiste a partir.

Cuando el viejo reloj decrete inexorable la muerte del anciano que agoniza, algo de mí se irá también tras él. No temeré al carruaje que transporte su alma. Ese cometa errabundo me tendrá tras de sí, hasta que caiga el alba sobre aquellos románticos que siempre ofician el funeral de tantos años idos. Porque no han de volver.

¿Quién decretó las doce de la noche para tan definitiva despedida? ¡Esa es la hora crucial de los misterios!...

Es que el año se nos va irremisiblemente. ¿Quién podría detener su tránsito misterioso? El tiempo va tranquilo, sin apuros, no tiene urgencias. Guiado por el lento tic tac del reloj universal. Prosigue indiferente su camino. Es como un rio que desliza sus aguas limpias sobre un lecho de piedras milenarias, para luego al final de su viaje confundirse, manso, obediente, con la inmensa vastedad del mar. ¿No es una hermosa manera de morir?

Yo en lo porvenir, solo anhelo ser feliz con lo que quiero y tengo.
Aun así, seguirá siendo una sombra indeleble ese pasado que a veces ha de tornarse caprichoso o necio, que no podré espantar de mis recuerdos, porque ha sobre vivido años tras años… ¡Muy a pesar de mí!
Ya estando junto a ti yo me pregunto, después de escuchar las doce campanadas, al sentirme ser parte de la loca algarabía de los trasnochadores, que han esperado ansiosos esta hora, embriagados de ilusiones y de alcohol: ¿Es que realmente ha fallecido el año?

Entonces me contagio sin querer de esa locura, busco tus ojos, me confundo en ellos, y en un leve susurro de mí voz, de pronto te confieso con súbita alegría:
Tengo un hermoso sueño nacido de esta aurora recentina, que he de lograr amor para los dos, si Dios lo quiere, si ÉL nos da la vida.









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