martes, 7 de noviembre de 2017

UN RECUERDO INOLVIDABLE

WILSON A. ACOSTA S.

Ripipín fue mi padre…Y a pesar del tiempo que ha discurrido tras su triste fallecimiento me he empecinado en hablar de él en tiempo presente, como si aún viviera. Extrañamente y aunque el lector no lo crea lo siento a mi lado, solo hubo sensación de separación el día en que mis hermanos y yo venciendo el dolor lo vestimos con uno de mis trajes, en la morgue de una clínica capitalina, y lo acomodamos en la ambulancia en que lo habríamos de traer a nuestro Neiba…

Murió en la madrugada del 13 de marzo del año 1990 al no superar una intervención quirúrgica que se le practico de emergencia… Recuerdo con emoción, que cuando ya en nuestro viaje de regreso pasábamos por la comunidad de Galván, el sol calentando la mañana, nos topamos con una comitiva compuesta por autoridades y delegaciones escolares portando nuestra bandera nacional, que se dirigía desde Neiba a la Fuente del Rodeo lugar donde en esa fecha del año 1844, de acuerdo con los cronistas de nuestra historia, se derramó por primera vez la sangre de los patriotas dominicanos que luchaban por su independencia recién adquirida.

¡Cuántas veces mi padre, buen orador, buen conocedor de nuestras lides libertarias fue el principal disertante en esos actos!


Con orgullo declaro que fue uno de los más admirados conferencistas de la región en la época que le tocó vivir.
Antes de morir me confesó que había vivido lo suficiente
Que se iba satisfecho a sus 83 años… Que nunca pensó que duraría tantos… ¡Un intento fallido de consolarnos ante su inminente partida!

¿RIPIPÍN?

Mi padre, ante mi inquietud por su apodo, me confesó cierto día´ estar muy orgulloso de llevarlo, pues fue su madre que al verlo nacer tan delgado y pequeñito exclamó: ¡pero si es pequeño y delgado, es un Ripipín! Y ese apodo lo identificó para siempre…

¡Ironías del destino! su cadáver se cruzaba aquel día con una alegre y juvenil caravana impregnada de amor patrio que ignoraba que en ese carro fúnebre iba el cadáver de un hombre que por primera vez faltaría a esa cita del civismo.

Mientras tanto mi mente envuelta en confusos recuerdos todavía en estado de shok por la muerte de mi padre revivía aquellos momentos cuando el público de Neiba y de Cambronal tributaba aplausos a sus elocuentes palabras, rememorando la grandeza de Fernando Tavera y sus compañeros, en el más reciente de sus hermosos discursos.

Volví a la realidad en el preciso momento en que alcanzábamos las primeras viviendas de Neiba, fue entonces que con voz entrecortada le pedí al conductor del carro fúnebre que hacía todo el trayecto en silencio:

¡Por favor, al entrar a la población no pongas la sirena!
Neiba nos recibió en la acostumbrada pasividad de su quehacer cotidiano, algunas miradas furtivas caían sobre el extraño carro que traía luto y muerte, lágrimas y dolor a nuestra familia…

Yo admiré y admiro mucho a ese ser humano que se llamó Manuel Arturo Acosta Sierra y me colmo de vanidad oír a quienes lo conocieron en intimidad, cuando me dicen: ¡Wilson eres muy parecido a tu padre!
Mi Blok en honor a su memoria lleva su nombre, pero, el nombre que le dio su madre al nacer, con el que fue conocido por la universalidad de los neiberos y habitantes de zonas aledañas:RIPIPÍN.


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