domingo, 29 de marzo de 2015

DOS NACIONES VECINAS HABLANDO IDIOMAS DIFERENTES

Wilson A. Acosta S.
Hoy sigo reflexionando sobre este importante tema alusivo a las relaciones bilaterales entre Dominicana y Haití que estimo de un interés crucial para los dominicanos. Lo hago con la humilde intensión de dar un poco de luz a mis conciudadanos en especial a la juventud, en la comprensión del porqué de las hondas diferencias que distingue desde sus orígenes al pueblo dominicano del pueblo haitiano.

Haití es una incógnita para la gran mayoría de los dominicanos, esto se debe a que hemos vivido de espalda a esa realidad, ignorando por culpa del sucesivo liderazgo nacional, el origen, la evolución social y política, la idiosincrasia de ese pueblo vecino. Por lo que se nos hace difícil explicarnos, entre otras, la actitud hostil y recelosa, con que ellos corresponden a nuestra política de buena vecindad. Muy parcas han sido las relaciones culturales entre sus habitantes y nosotros. Constituye un valladar el creol que ellos hablan y que ha obligado a un sector privilegiado de su sociedad a ser políglota. La escuela con su educación tradicional solo se ha ocupado de informarnos sobre el tema de las varias invasiones de que hemos sido objeto; de la ocupación de nuestro territorio y de la subsiguiente independencia con todos sus horrores, pero no se han detenido los maestros a definirnos el pensamiento del vecino, sus aspiraciones insulares desmedidas, su cultura, sus temores al mundo exterior, sus creencias y los fundamentos sobre los cuales construyeron su independencia de la Francia imperial. Nunca nos hemos interesado por conocer y entender el creol que es su lengua oficial. Con todas esas deficiencias, pues, no nos ha sido posible comprenderles.

Mientras los dominicanos hemos olvidado, o mejor decir, perdonado, las agresiones continuas a que hemos sido sometidos por ellos en todo el trayecto de nuestra historia, ellos no olvidan que de ellos logramos nuestra independencia, y que tanto los negros como los mulatos de esta parte, por razones sociales y culturales, nunca aceptaron de buena gana la unión que primero Tousseint, después Dessalines y luego Boyer, les prometían, aludiendo motivos de hermandad e igualdad racial. Jamás han olvidado sus reclamos sobre parte de nuestro territorio. No han olvidado los vecinos el desalojo brutal de nuestro territorio de sus nacionales ilegales realizado por el Presidente Trujillo en el año de 1937, y hasta un sector de su clase pensante entiende a nuestro país con parte de culpa por su atraso económico, social y político, ignorando adrede que este atraso tiene su origen en el error cometido por sus líderes desde el mismo momento en que fue proclamada su independencia en el año 1804 por J. J. Dessalines cuando se dio inicio a una sucesión de malos gobiernos que arrasaron con la pujante economía colonial y que hasta el día de hoy ha mantenido a su pueblo en la ignorancia y la miseria.

Haití es nuestro vecino obligado. Nuestro único vecino con el que tenemos frontera física, con el que hemos librado largas y cruentas batallas tanto militares como diplomáticas por el reconocimiento y el establecimiento definitivo de la línea fronteriza. Con el que en ciertos momentos de la accidentada historia de ambos pueblos hemos coincidido y cooperado como lo fue en la revolución de Praslin [ La Reforma ] llevada a cabo por las fuerzas liberales de Haití en 1843; en las guerras de la restauración contra España, en los enfrentamientos políticos internos que se sucedieron en ambos pueblos en el siglo XIX o en la revolución de abril de 1965 cuando muchos de sus ciudadanos hicieron causa común con nosotros en esa adversidad histórica que nos tocó vivir. Compartimos pues una pequeña isla de mucho menos de cien kilómetros cuadrados, por lo que no habrá forma ni manera de que podamos obviar esa verdad física que nos es común, que nos ha obligado definitivamente desde el momento en que el gobernador Osorio en los años de 1606 a 1608, a nombre del decadente imperio español, cometiera el error histórico de despoblar la parte norte de la isla de Santo Domingo cambiándole el destino, dejándola a merced de los aventureros filibusteros y bucaneros, que en el siglo XVII tomaron la isla de la Tortuga como fortaleza de donde partían a realizar sus ataques, asaltos y robos, en todas las posesiones españolas de América.

Estos aventureros mayormente franceses de origen normando ocuparon la parte recién despoblada de la isla, fundaron la colonia francesa, fomentaron plantaciones que atendieron con esclavos negros traídos de África: Senegaleses, Dahomeyanos, bantús, sudaneses, etc., convirtiéndola en la colonia más rica del imperio francés.
El rigor de la esclavitud a que fueron sometidos los negros traídos de África resultó tan cruel e inhumano que redujo a muy pocos los años de vida útil de aquellos infelices, que morían por agotamiento en plena faena; no existía pues la posibilidad de que se reprodujeran y apareciera como surgió en la parte Este una población de negros hijos de la tierra o sea de negros criollos sometidos a una esclavitud que en los hechos no fue más que una servidumbre atenuada, que les permitió realizar su integración cultural y étnica con la sociedad colonial española desde muy temprano.

En la parte Este de la isla, los esclavos vivian asándole la carne al amo, pastoreando y ordeñando el ganado. No fueron objeto de la cruel explotación a que fue sometido el esclavo de la parte francesa, por lo que se sentían orgullosos de haber nacido en la tierra, orgullosos de ser “criollos”, negros asimilados culturalmente a España.

No asi los esclavos de la colonia francesa que vivían atormentados por los horrores a que fueron sometidos, siempre apegados al recuerdo y al deseo de regresar a su madre patria africana, expresando odio por aquellos hombres blancos que los privaron de su hogar y de su libre albedrio. Este sentimiento obsesionó por mucho tiempo a aquellos hombres, aun ya siendo libres, que según el decir de sociólogos e historiadores, hicieron la más bella revolución consumada en tierras americanas.

Ese sentimiento telúrico racial y cultural que se mantuvo intacto en ese pueblo inhumanamente trasplantado de su patria al continente americano, ha tenido expresiones sublimes en sus grandes poetas y escritores, por ejemplo, aquel poema de Pierre Moravia Morpeau en el que exclama, aparentemente exaltado por el recuerdo ancestral, lo siguiente:
¡África madre mía!
Siento el deseo de ir a prosternarme
En las sagradas losas de tus templos
Para implorar a los dioses que antaño
Invocaron mis ancestros.

O el poema del laureado León Laleau cuando dice:
Ese corazón obsesionante
Que no corresponde a mi lengua
O a mis costumbres
Y sobre el que muerden, como un gancho
Sentimientos prestados y costumbres de Europa…
¿Sienten ustedes este sufrimiento
Y esta desesperación sin paralelo,
De domeñar con palabras de Francia
Este corazón que me vino del Senegal?

Por último veamos el lamento de Jacques Roumain:
África he guardado tu recuerdo África
Estás en mí
Como la astilla en la herida
Como un fetiche tutelar en medio de la aldea
Haz de mí la piedra de tu honda
De mi boca los labios de tu llaga
De mis rodillas las columnas rotas, sin embargo,
No quiero ser más que de vuestra raza.

El habitante negro de la parte este de la isla a la distancia de unas pocas generaciones olvidó su origen africano, puesto que se culturizó español; Los nietos y bisnietos de aquellos hombres y mujeres marcados por el hierro candente de la ignominiosa esclavitud, que unieron su sangre y su destino a la sangre y el destino del amo español, se diferenció totalmente del negro y del mulato de Haití, por razones obvias: los separó la cultura que pesa más que el color de la piel y que la raza.

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