lunes, 6 de mayo de 2013


PARA QUE NO SE OLVIDE:
La Mata de Mangos de SIRÉ
Wilson A, Acosta S,

El día que mi edad mis fuerzas físicas y una irreductible decisión me permitieron acompañar al grupo de muchachos que se aventuraban a “marotear” en las temporadas de mangos por los predios de “El Tejar,” El Tanque”y " Las Javillas" de Neyba, temporada que coincide milagrosamente con la intensa ola de calor que nos envuelve en la recurrente primavera de todos los años como la que en estos momentos estamos soportando, me inserté como parte integrante de esa banda de mozalbetes, ansioso ya de conocer y palpar por mí mismo aquellos caminos en sana diversión que conducían a los conucos de esa feraz y nunca bien ponderada franja de tierra situada al sur de nuestro pueblo.

Me impulsaba el deseo inmenso de participar de aquellos baños en El Cachón Grande de sanas y frescas aguas, exclusivo para el uso y disfrute de los hombres, que con tanto realismo mis amigos, algunos mayores que yo, describían cuando nos reuníamos por las noches, o los fines de semana a cualquier hora del día en el parque central del pueblo, para nuestro esparcimiento.

Esos relatos que me transportaban a un mundo desconocido, casi mágico, que cada vez más despertaban en mi la curiosidad y las ansias de tomar parte en ellos, me obligaron a emprender con decisión esa aventura.

Entendí que había llegado el momento de convertirme en protagonista, junto a los demás muchachos, de aquellas vivencias y experiencias concertadas, en esas marotas que les proporcionaban sus divertidas e inocentes travesuras, en heredad ajena, detrás del mango prohibido o del pan de fruta caídos en la noche anterior, que dada su condición de “prohibidos” lograr obtenerlos constituía un trofeo para ellos, después claro está, de ser violentamente acosados por el dueño del conuco o de ser perseguidos por sus perros flacos, ágiles, de largas patas, que los acorralaban hasta hacerlos superar de un salto la puerta hecha de palos colocados de manera horizontal uno un poco más arriba del otro dispuesta en el frente de la propiedad, que los conducíría al callejón de salida, entre sustos cansancio y risas, ya salvos y sanos.

Cuántas veces “lolito” nos hizo huir
despavoridos de su conuco tirándonos mangos verdes con una fuerza descomunal, pero para nuestra suerte, con una pobre puntería. O aquellas ocasiones en que un iracundo propietario nos boceaba amenazas tratando de explotar nuestra inocencia, entre otras cosas, como la de enterrar una botella junto al tronco del árbol portadora de un supuesto conjuro mágico que podría dañar la salud de aquel que osara comer de sus frutos.

Ya nadie tendría que contarme nada… Me convertí en parte de la historia. Ahora iba al parque todas las noches a sentarme eñ “el banco largo” donde cabíamos todos, a compartir como actor de primera fila, a narrar mis propias experiencias junto a las experiencias de los otros amigos, a presumir de nuestras primeras zambullidas en el cachón de los hombres o a hablar con admiración de aquellos muchachos de más edad que eran capaces de cruzar a nado las aguas del famoso “Estanque.” El más profundo y de mayor dimensión de los tres ojos de agua fresca del lugar…

Éramos casi todos parientes, hijos de una comunidad que más que un pueblo parecía una vecindad, unida estrechamente por lazos indisolubles nacidos del esfuerzo compartido en la lucha por un destino y unas aspiraciones heredadas de nuestros comunes antepasados que nacieron vivieron y murieron circunscritos a la estrechez de los límites de la aldea, apegados al solar, soñando nuevos mundos.

En mi primera aventura mi curiosidad me encaminó hacia la mata de mango de Siré, un árbol enorme de largas frondosas y fuertes ramas, abandonado a orillas del viejo camino que otrora comunicaba a Neyba con Duvergé, “era el camino viejo”, acumulando sobre el polvo de su tierra blanca memorias de travesías obligadas que se dieron desde la aparición de esas primeras generaciones que fundaron estos pueblos. Quizás antes de que Siré plantara su árbol…

Al encontrarme frente al enorme mango pasó fugaz por mí imaginación la siguiente interrogante, ¿Cuántas historias guardará ese árbol en su muda memoria vegetal?

Conocerlo se había convertido en una obsesión para mí despues de haber oído tantas historias de aparecidos, de fantasmas, que desde muchos años atrás se tejieron sobre él y su entorno...porque ya yo sabía de esos tenebrosos seres , pues hubo un tiempo en que las noches y las madrugadas silenciosas de Neyba se poblaban de lánguidos espectros que espantaban el sueño de los niños con sus horribles y extraños lamentos…

Esa mata de mango me parecíó un centinela que oteaba con celo desde su elevada copa el valle de oriente a poniente. Imponente…solitaria…única… cargada de sus frutos maduros que ofrecía gratis a una muchachada llena de energía que hacia mil malabares para obtenerlos.

Pertenecía a la comunidad entera. No hay registro de que alguien la reclamara como suya a pesar de que siempre se le llamó de SIRÉ. Ese histórico y desconocido personaje que no dejó descendencia, convertido en un mito, del cual solo sobrevivió su nombre gracias a que por alguna razón desconocida los lugareños lo endosaron al árbol llamándolo como a su amo, SIRÉ.

Las personas más viejas de toda la región daban fe de haber comido de los sabrosos frutos de ese árbol desde muy niños, desde que tuvieron conciencia. Su edad fue y sigue siendo un misterio, nuestros padres especulaban sobre su dueño diciendo que Siré pudo haber sido un nacional haitiano de los tantos que se establecieron en Neyba con la oleada de la ocupación.

Ahora bien, para la primera mitad del siglo X1X el famoso “Alambique de Sosa” estaba enclavado en sus inmediaciones, allí se fabricaba el ron de la caña que era comercializado en Haití, por lo que se supone que el cultivo de la caña de azúcar era masivo en ese lugar; en esas circunstancias, la presencia del esclavo o del liberto negro en la región es indiscutible, por tanto, pudo haber estado SIRÉ entre ellos, como uno más ¿Por qué no? Sembrando la caña y a la vez cuidando con esmero su plantita, que al correr de los años habría de inmortalizarlo, haciéndolo parte del amplísimo glosario que guarda los viejos recuerdos que nos unen cada día más, alrededor de nuestro hermoso y pintoresco folclor.


No puedo decirles con exactitud la fecha de la desaparición de nuestro árbol, me ha sido imposible averiguar si murió de muerte natural o si fue víctima del mayor depredador que existe sobre la tierra, que armado con su hacha criminal le cegara la vida destrozando su tronco centenario.

De lo que estoy seguro es que esa Mata de Siré merece ser perpetuada en el recuerdo, para que las generaciones que no le conocieron comprendan que tras el acontecer de cosas aparentemente intrascendentes o sencillas suele ocultarse misterios que marcan generaciones, que dejan una permanente interrogante en la imaginación colectiva de nuestras gentes…

La Mata de Mango de Siré permaneció por tanto tiempo en la cotidianidad de nuestro Neyba que sería un error permitir que su memoria se pierda hacia el futuro por ser parte íntima y sentida de nuestro acervo, aunque la edad del árbol, la existencia y el origen de aquel personaje legendario llamado Siré constituyan para siempre un enigma, que jamás se pueda descifrar.

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