RETAZOS DEL NEIBA DE
AYER
Wilson A. Acosta S.
Cuando Juan Antonio Acosta Pérez [a] TOTOÑO quien
ostentó por un tiempo la comandancia de armas de la común de Neiba,
poseedor del título de general ganado en
buena lid en la manigua por su permanente accionar como bravo guerrillero en la
región, muy de mañanita entró a toda prisa al patio de su comadre Epifanía
Guiteaux Reyes perseguido a muerte por sus enemigos políticos, la respetable
dama ya se disponía a abrir la puerta de la cocina que distaba unos cinco pasos
de la casa, para iniciar la rutina de su acostumbrada faena de todos los días…
¡No mires hacia
atrás! ¡No me mires comadre Epifanía! Ordenó en voz baja, pero en forma
autoritaria, el perseguido.
De inmediato el tropel
de hombres armados invadió el patio, en un par de minutos examinaron todo su entorno en forma minuciosa, para luego seguir
presurosos en persecución de su presa tras comprobar que ésta no estaba oculta
allí. La valiente mujer angustiada dirigió la vista al lugar desde donde suponía
había escuchado la severa orden de su compadre, y, ¡Oh sorpresa! Solo alcanzó a
ver, recostados de uno de los horcones de la enramada que protegía de la lluvia
y del sol el horno de cocer el pan los
bombones y los dulces, un extraño serón con su esterilla y su aparejo para uso
de las bestias de carga….De inmediato, surge como de la nada, la voz del
compadre que no se había movido del patio, que le susurra al oído: Comadre, lo
que usted ha visto hoy que no lo sepa nadie…
La pequeña comunidad de Neiba desperezaba de su tranquilo sueño, al tiempo
que surgía la mañana encendida por los rayos del sol que aun difusos comenzaban
a calentar la intimidad de los hombres y mujeres que rezagados permanecían en
la cama. Para ese momento, del calendario
al que nos referimos, en Neiba no habían muchas cosas en que ocuparse, por lo
que a sus pocos habitantes les sobraba en demasía el tiempo para guerrear,
dormir y trabajar unos pocos conucos y una inmensa zona de crianza realenga que
era compartida por todos como buenos hermanos. La crianza de chivos, las aves domésticas, conviviendo con la
familia en corrales cercanos a los ranchos Unos cuantos hornos rudimentarios
uno por cada familia, hechos de lodo y de cal, ocupaban el atareo de las madres
y las abuelas fabricando el pan, los bombones y los dulces.
La mayoría de los
hombres del campo holgazaneaban después de la hora del meridiano tendidos en
sus hamacas hechas de fuerte azul atadas a dos árboles, o colgadas dentro del bohío,
sostenidas por cuerdas de cabuya.
Cuando la comunidad carecía de cura, el que asistía la parroquia viajaba a
lomo de mulo desde el pueblo de Azua o el de Barahona, arribaba de domingo
en domingo para concelebrar la misa con los católicos de Neiba, era su costumbre, antes de iniciar el culto desplazarse entre los patios y el frente de
las viviendas del pequeño pueblo y sus alrededores saludando e interesándose
por la salud, por los problemas de la
cotidianidad de sus habitantes sumidos en la pobreza. El cura, de la Orden de
los Capuchinos, en tono paternal les
preguntaba: ¿y cómo están mis feligreses? Aquellos, desde sus hamacas,
separando por un momento el pachuché de los labios recién humedecidos del obligado café de la mañana, les
contestaban maquinalmente: Aquí padre, ya nos puede ver, en la lucha, en la
lucha. Entonces el religioso soto reído, contestaba: Si ya los veo hijos míos,
luchando con la inercia…
¡Este es un país
perdido! Exclamaba el padre Miranda un tiempo después ante las mismas o
´parecidas escenas, según me contaba mi abuela.
Supina ignorancia reinaba entonces en nuestros pueblos y
aldeas, mas, como un faro de luz la Señorita Epifanía Guiteaux Reyes se
constituyó en maestra de las jóvenes generaciones de mujeres, dedicando parte
de su tiempo a alfabetizarlas, predicando la educación doméstica y las buenas
costumbres a todas sus compueblanas sin distinción de ninguna especie.
Era el tiempo en que los hombres jugaban a la guerra, fatal
inclinación que fascinaba a los jóvenes que se enrolaban en ese juego mortal
desde el día en que al cumplir los catorce años de edad sus padres orgullosos “les
bajaban los pantalones cortos” y los declaraban dueños de sus destinos.
El peor ejemplo les llegaba de lejos, de los caudillos de la
capital o de las grandes ciudades, pues entre ellos se disputaban el poder en
forma incivilizada, premiando, estimulando las acciones bélicas de sus incondicionales
con prebendas o ascensos en la escala social o elevándolos al generalato.
Juan Antonio Acosta,
igual que el mítico general Pablo Mamá o el sin igual guerrillero, amo de las
tierras de El Memiso, general Luis Pérez Liquí, estaba “arreglado” según se
decía, o más bien “resguardado” por misterios que fueron a buscar desde muy
jóvenes a los más recónditos y lejanos parajes de las montañas del vecino
Haití, donde moraban y oficiaban sacerdotes y sacerdotisas poderosos, poseedores
de misteriosos loases que le delegaban dioses y diosas del África. Deidades que
migraron junto a su fanática feligresía que llegaba reducida y humillada en
calidad de esclavos a las tierras de América.
Fue la secreta
posesión de estos “misterios” la razón por la que aquella mañana, en que TOTOÑO
sin pedir permiso, a toda prisa se internó en el patio de la casa de Epifanía
Guiteaux pudo burlar a sus enemigos,
transformándose en cerón, esterilla y aparejo, para el uso de bestias de carga.
Totoño, Esteban Cáceres y Tomás [Co] Herasme dieron muerte con balas “arregladas”,
en una emboscada en las cabezas de Las Marías ordenada por el dictador Lilís,
al mítico general Pablo Ramírez o Pablo Mamá. Solo la comisión de ese hecho de sangre ponía en serio peligro la
vida de estos tres hombres. Era lógico que anduvieran bien “resguardados”.
Así discurría la vida en nuestros pueblos del Sur, entre
periodos de guerras intestinas y otros
cortos períodos de relativa paz. Cuando la paz llegaba se olvidaban los enconos
y las diferencias políticas, volvían las familias a unirse en el diario afán,
prevaleciendo la consanguinidad que era común a todos…Cuando las diferencias se
hacían muy graves entonces los agresores tomaban un voluntario exilio que a
veces era definitivo, atravesando los antiguos caminos de la cordillera que
conducían a la maravillosa región del Cibao, o se internaban por los trillos
montañosos llenos de peligros que los llevaban a Haití. Con esa decisión casi
siempre la ofensa era saldada, o por lo menos mitigada.
Además de guerrillero y político Totoño fue un fino poeta
rural de gran fecundida
d. Su Estro cantó a la Patria, a la política que se
expresaba en los hechos de la montonera, tocando con claridad temas sociales
como aquella composición en que denuncia la malignidad del juego de azar tan
común en aquella época. Lástima que casi toda su producción se haya perdido en
el tiempo.
La familia Acosta se caracteriza por ser longeva, la mayoría
de sus integrantes mueren nonagenarios y hasta centenarios. Totoño vivió muchos
años. Me cuenta mi madre que ella muy pequeña acompañaba a Epifanía, hermana
materna de su abuelo Eduardo Leyba Reyes, algunos de esos domingos a la sección
de Cachón Seco, en las acostumbradas
visitas de ésta dama a su compadre.
Epifanía Guiteaux no
era una Acosta, ella era hija de Carmen Reyes hija a su vez del General Dionisio Reyes, y
del general haitiano Vidal Guiteaux, que peleó junto a los dominicanos por la
restauración para luego morir por un exceso de arrojo luchando contra Báez en
la guerra de los seis años, cuando se perseguía en nuestro territorio, por los
antiguos caminos entre Neiba y Las Salinas, al presidente Salnave que huía con
parte de su ejército, derrocado en Haití por las fuerzas liberales de aquel
país.
Epifanía Guiteaux , fue la eterna prometida de un Acosta:
Celestino Acosta, que por motivos políticos emigró al Cibao junto a su hermano
Santiago y a su padre Gregorio Acosta Pérez hermano de Totoño, estableciéndose
definitivamente en la sección de Rancho Arriba, en la provincia de Puerto
Plata.
La residencia de los Guiteaux en Puerto Principe era el
permanente punto de reunión del exilio dominicano en Haití Allá conoció
Epifanía a Luperón, a Jose Maria Cabral
y a otros tantos patriotas. Allí se cultivó la gran amistad de Epifanía con
Ulises Hereaux, que luego le sirvió para salvar la vida de prestantes neiberos
involucrados en la conspiración que se fraguaba en Azua contra su dictadura.
Epifanía y Totoño son dos referentes sin los cuales no podría
narrarse la historia de nuestro Neiba. La primera, profesora de generaciones,
ejerció un liderazgo social entre sus contemporáneos que dejó indudables
huellas. El segundo, poeta, guerrillero y general, protagonista junto a su
generación de hechos fundamentales que
serán imposible de olvidar por los neiberos de hoy y los del porvenir.
Estos retazos del drama social vivido y escenificado por los
hombres y mujeres de nuestro ayer, vivencias que por su poca significación o su
relativa trascendencia no constituyen tema preferido de historiadores,
sociólogos y poetas, pero que no obstante, han de permanecer con ribetes de
eternidad en nuestra memoria histórica regional, como elementos de unión e
identificación de la cadena familiar nacida y criada en el terruño, narrada a
los bisnietos, brotadas del recuerdo filiar y cariñoso, dichas con maternal orgullo por nuestras
madres padres y abuelos en las noches de insomnio, de absoluta oscuridad, cuando la inquietante
presencia de los malos espíritus y de las invisibles brujas que merodeaban tras
sus inocentes víctimas hacían crujir el caballete de la humilde morada para
impedir el sueño de los niños temerosos. Cuando la tibia brisa de la noche
llenaba al pueblo con las voces de los hombres de miel en su brega con los
bueyes cansados del trapiche cercano, y el olor de la caña rústicamente
procesada invitaba a soñar sueños dulces a aquel pueblo semi dormido bajo el rumor de unos coros lejanos que regalaban,
en complicidad con el silencio nocturno, la copla repetida desde el principio
por el Neibero originario:
“Allá arriba en tenguerengue
Hay un baile celebrao
Tenga mota o tenga pelo
Pa´lla va rabo pelao”.
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