LA HISTORIA DE BENITO LOPEZ
UN CUENTO DE Wilson A. Acosta S,
Por el estrecho y desolado camino que conduce
a la población, surgen intempestivos espacios a
ambos lados cubiertos por pequeños arboles
saturados de polvo resistiendo la sequía. Soportando a duras penas ese calor de
horno encendido, capaz de derretirle el pensamiento al cristiano que se
aventure por estos apartados parajes del valle de Neiba, desafiando el fiero
meridiano de nuestros veranos...
Benito López despertó esa mañana más temprano
de lo acostumbrado. Lleno de esperanzas.
Tan temprano, que aun los rayos del sol no penetraban las rendijas de su
vetusto bohío. Todavía las gallinas no se habían bajado del palo de dormir. La
vieja Melisa impedida por el reuma, no había podido dejar aún la cama, para
avivar las brazas del fogón y preparar el café.
El día anterior Benito fue convocado a una
reunión por el presidente del partido de gobierno, allá en el pueblo. Y para
qué pensó casi afirmando con entusiasmo, que no sea para darme la noticia de
las obras que tanto anhelamos los lugareños.
! Por fin nuestro sueño se hará realidad! Dijo Benito a su vecino y amigo José Negra.
Tendremos la bomba que hace falta para el pozo, habrá financiamiento para la
agricultura, tendremos energía eléctrica para nuestras viviendas, medicina y escuelas
para la familia.
! Dios lo quiera! contestó el viejo José, en
tono dubitativo. Y en su rostro se dibujó una mueca de incredulidad adquirida en la continuidad de una larga
experiencia…
Benito va feliz a la cita. El derroche de luz
y de calor del sol sobre las blancas piedras del camino calienta su calzado, maltrata la dura piel de sus pies; no
obstante, indiferente al dolor va cantando, porque está seguro, de que a la
vuelta será portador de la mejor noticia para sus coterráneos.
¡Oh sorpresa! Al llegar se entera de que la
convocatoria urgente se debía a que la alta dirección del partido pautó un gran
encuentro en apoyo a las aspiraciones senatoriales “de su máximo líder en la
provincia”, al cual la asistencia seria obligatoria…
¡Regocíjense! Les dice el compañero dirigente
que los recibe, deben saber, que a todos los compañeros presentes se les obsequiará una funda repleta
de comestibles con los cuales podrán saciar el hambre de la familia por una
semana, y como si esto fuera poco, también se les dará una botella de ron
criollo, mas una hermosa gorra con los colores del partido, con la siguiente
inscripción: “COMPAÑERO SIN TI, SE HUNDE ESTE PAIS”.
¡Bien,
bien! ¡Lo bueno no se cambia! ¡Aprobado!
¡Otra vez a la carga! Gritaron muchos
hombres y mujeres en la concurrencia, entre fuertes aplausos.
Pero
una voz de hombre, un disidente, surgió de entre los presentes, que confundido
y frustrado en sus esperanzas, con una pasión que le ahoga y un vozarrón que
casi le abre el pecho interrumpe la cháchara, y les gritó:
¡Basta ya de engaños, de mentiras y de humillaciones!
¡Queremos obras que nos conviertan en
hombres hacedores de nuestro propio destino!
Benito López solo alcanzó a escuchar la
palabra “traidor” puesto que cuando los presentes en avalancha se le fueron
encima para castigar su atrevimiento, alguien
lo golpeó tan fuerte que perdió el conocimiento…
Benito López ha vuelto a la realidad. Por un milagro conservó la vida; recibe amigos y parientes que lo creyeron
muerto después de la paliza recibida.
Saluda
y refiere cosas como si hubiese estado mucho tiempo ausente, cuando en realidad fue apenas unas horas de inconsciencia,
pero a él le pareció una eternidad…
Ha llegado la noche… llueve sobre la tierra
blanca del paraje. Las hojas de los árboles que están de verde intenso, lucen
su recién adquirida lozanía.
El arrullo de las tenues gotas de la lluvia,
sobre las vetustas hojas de palma del techo de la pobre casa de Benito López,
es una bella canción a la esperanza que por su tozudez aun persiste en él, a pesar de todo lo
ocurrido.
Benito se estremece al pensar en cómo personas
que ayer fueron parte en la pobreza de
sus comunidades, hoy el ejercicio del poder los convierte en negadores jurados
de su propio origen…Y dice convencido:
¡No hay
peor astilla que la del mismo palo!
¡Condenados bastardos!, exclama adolorido,
incorporándose con dificultad sobre la cama:
¡Yo les aseguro, que el día del final, ustedes
no podrán ver la cara a DIOS!
Mientras tanto, en un rincón de la pequeña
habitación, acuclillado, casi oculto en la penumbra del recinto, el viejo José
Negra recordaba con pena que mucho tiempo atrás, él fue golpeado también por el
mismísimo motivo que hoy han apaleado al infeliz de Benito López.
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