lunes, 24 de septiembre de 2012
LA REELECCIÓN:
UNA DECISIÓN QUE CAMBIÓ EL RUMBO POLÍTICO DEL PAÍS EN EL AÑO DE 1930
WILSON A. ACOSTA S.
Tanto nuestros historiadores como nuestros intelectuales del siglo recién pasado optaron por designar con el nombre de “Tercera República” al período histórico que se inicia con la inauguración del gobierno de Don Horacio Vásquez y su vicepresidente don Federico Velázquez el 12 de julio del año 1924. Este suceso marcó el termino del espacio de alrededor de ocho años de ignominioso gobierno militar norteamericano que vivió el país y que tuvo como punto de partida el desembarco de sus tropas el 29 de noviembre del 1916.
Su contendiente en esos comicios electorales fue el Licenciado Francisco J. Peinado, recio intelectual, postulado por “La Coalición Patriótica de Ciudadanos”, hombre de ideas democráticas, autor del “Plan de Evacuación de las tropas de ocupación”. Nacionalista y patriota, luchador incansable junto a otros no menos preclaros dominicanos de entonces por la liberación del yugo yanqui. Fue un verdadero prócer constitucionalista que se entregó en su momento en cuerpo y alma por la dignidad y los sagrados intereses de la Patria
Horacio Vásquez que tomó gran nombradía por su participación en el ajusticiamiento del dictador Lilis y que a partir de ese hecho fue tres veces presidente de la república ejerció considerable influencia por veinticinco o más años sobre nuestro pueblo, recibió de manos del gobierno interventor al decir de Víctor M. Medina Benet “ Un país relativamente prospero y un pueblo política y económicamente rejuvenecido y consciente de las bienaventuranzas del orden y de la disciplina como secuela de las duras pero fructíferas lecciones de la intervención militar” Su misión patriótica consistía pues, en conducir el país hacia la democracia y cerrar el camino al doloroso pasado.
Como dijo el Presidente Balaguer al entregar el gobierno al Dr. Leonel Fernández en el año de 1996, Horacio recibió de los Yanquis “Un avión listo para el despegue”. Pero en este caso que nos ocupa aparentemente similar, Horacio defraudó la confianza que el pueblo le depositó al favorecerlo con la mayoría de los votos electorales.
Poniendo por un momento a un lado el fardo de las humillaciones que ocasionó la ocupación extranjera a nuestra patria, los sufrimientos que padeció la familia dominicana, las persecuciones y muertes, es de justicia señalar, que a la par hubo también un beneficio material e institucional, pues estos interventores iniciaron la organización del Estado, desamaron y pacificaron la Nación y dieron comienzo a la construcción de las grandes vías terrestres que habrían de unir el territorio de nuestras regiones, es decir, a todo el territorio nacional,( proyectos que habían formado parte de los planes del gobierno del asesinado presidente Ramón Cáceres) Estas obras de infra-estructura, fundamentales para lograr la unidad de la Nación harían efectiva y oportuna la presencia del gobierno en cualquier parte del país a los fines de imponer su autoridad, de facilitar el comercio, la educación y la inter-relación entre los habitantes de las distintas provincias, cosas indispensables para su desarrollo económico.
Era pues de justicia, decimos, viendo aquellos eventos desde nuestra perspectiva actual, que el país comenzara a ser gobernado por aquellos que profesaban los principios republicanos constitucionalista y anti-caudillistas que enarbolaron en 1844 los Padres de la Patria, pero, el electorado prefirió a don Horacio.
Los dominicanos de ayer abrigaron la esperanza de que con la partida del invasor se iniciaría una etapa de paz de progreso y constitucionalismo, entendieron que no solo debíamos dejar atrás los días de la humillante corrupción, del conchoprimismo trágico y desorden que precedió a la muerte del presidente Ramón Cáceres en 1911 y que dio argumentos y motivos a los norteamericanos para llevar a cabo su intervención a los fines de proteger sus intereses.
No debemos olvidar que el providencialismo el autoritarismo y la corrupción fueron males que nacieron con la república y se adueñaron de la mentalidad atrasada de nuestra sociedad; se enraizó tanto ese mal, que aun en nuestros días nos obstaculiza el camino hacia un verdadero régimen de justicia y democracia social.
Desafortunadamente la oportunidad que depositó el destino sobre los hombros y la conciencia de este hombre amado por las mayorías para que se elevara ante la historia cumpliendo a cabalidad el sueño patrio de paz de orden de justicia y democracia, de respeto a la constitución del año 1924 que el juró cumplir y hacer cumplir, esa oportunidad sucumbió ante la ambición personal suya y del grupo de los malos políticos que lo aupaban abogando por el continuismo que representaba la permanencia de sus cuotas y privilegios de poder, sin prever quizás el giro fatal que su mala acción acarrearía como consecuencia casi inmediata sobre la suerte del país.
El primer error se cometió cuando ya la sociedad civil organizada representada en los partidos políticos hacía los primeros aprestos para participar en el torneo electoral de 1928. Fue una trama bien urdida contra el régimen de democracia que daba sus primeros pasos y contra las leyes fundamentales de la nación, esa trama se llamó: “LA PROLONGACIÓN DE PODERES” que consistía en prolongar en dos años el mandato constitucional de Horacio que expiraba en el 1928 bajo alegatos e interpretaciones legales deleznables. La consumación de este crimen de Lesa Patria marcó la vuelta al continuismo caudillista que el pueblo creyó haber superado.
El segundo fue más que un error un golpe mortal, lo asesto el movimiento reeleccionista del presidente y su claque: “! HORACIO O QUE ENTRE EL MAR! vociferaban esos malos dominicanos no conformes con los dos años que ilegal y arbitrariamente añadieron al período de cuatro años que tenía como término el año 1928, se preparaban con consignas, argumentos muy bien elaborados dirigidos al pueblo para fanatizarlo y crear el escenario que les permitiera quedarse en el poder en las elecciones del 1930 violando así el mandato constitucional de no reelección.
El malestar la indignación, por consiguiente la rebelión que esto provocó en la conciencia tanto del pueblo llano como de la clase política organizada fue tan grande que la conspiración toma cuerpo, y en Santiago de los Caballeros en cuya rica y progresista región se asentaba el fuerte de la incipiente burguesía que desde el año 1867 comienza a dar señales oponiéndose con vigor a las fuerzas retrógradas tradicionales, se forma el núcleo principal de la revuelta.
En las demás regiones se expresaba públicamente el descontento generalizado, pero Santiago prendió la tea revolucionaria que culminó más tarde con el golpe de estado.
Mientras que en los cuarteles, constituidos a hechura y semejanza de aquel ejercito que holló con sus botas nuestro suelo, se movía como un tigre al asecho un hombre con una desmedida ambición, seguro de su destino, esperando el momento propicio para asestar el zarpazo final. Ese hombre fue el General Rafael L. Trujillo. La fecha crucial para el histórico asalto seria aquel fatídico 23 de febrero del año 1930.
Así expresa Víctor M. Medina Benet la situación imperante luego que Horacio aceptara públicamente la reelección:
“Al aceptar la reelección en un manifiesto preñado de hipocresía y falsedad, aquel hombre había dicho que “la acepta como un deber, como mandato del pueblo” y que su “más alta ambición” era transferir el poder a otras manos como resultado del mandato del pueblo”
De la manera siguiente Medina Benet describe el sentimiento de frustración expresado por la prensa y diversas personalidades que condenaban el rumbo que tomaba el destino de la república:
“¡Guerra civil!” había pronosticado don Federico Velázquez
“Será necesario reunir fuerzas sobre naturales para hacer de la reelección un fracaso en 1930” fueron las palabras sentenciosas del diario La Opinión del 15 de sep. Del 1928”
“La reelección es una tendencia, peligrosa malsana y criminal” afirmó Vicini Burgos
“Sangre y Lágrimas” sentenció Jacinto de Castro, y se burlaron de él”.
La constitución de 1908 que yacia sin vida sin fuerza legal desde noviembre del 1916 debía ser reformada, modernizada, para entre otras innovaciones, crear la vicepresidencia de la república, reducir de seis a cuatro años el término del ejercicio presidencial; instituir el voto universal y erradicar la reelección presidencial que era posible bajo aquella constitución atrasada, ratificando en ella las disposiciones del Tratado de Evacuación que la prohibió en su articulado.
El tres de junio de 1924 se reunió la Asamblea Revisora cuyos delegados habían sido elegidos en las elecciones acabadas de celebrar en marzo pasado y en diez días evacuó la nueva constitución.
Esta fue la Constitución que el Presidente electo juró cumplir ante la Asamblea Nacional el día de su juramentación la cual fijaba en cuatro años el período presidencial y prohibía la reelección.
La verdad Jurídica es que las elecciones de 1924 se realizaron bajo el imperio del Tratado de Evacuación que se aceptó como ley sustantiva y que rigió desde el gobierno provisional de Vicini Burgos que duró de 1922 hasta la inauguración del gobierno de Horacio en julio de 1924.
En referencia al vulgar desconocimiento y flagrante violación a la constitucionalidad imperante en el país, que se produce para saciar bastardos intereses, El Listín Diario expreso categorimente el 10 de mayo de 1926 lo siguiente:” habíamos dejado de tener constitución política desde el punto y hora en que fuimos violentamente despojados por los Estados Unidos de Norte América de nuestra soberanía y nuestra independencia. No hubo desde entonces más constitución que la voluntad del gobierno militar”.
Por lo que es evidente que al los horacístas afirmar que las elecciones del año 1924 se efectuaron bajo el imperio de la constitución del 1908, solo para darle vigencia al continuismo y caudillismo político gobernante en ese momento, constituyó uno de los más graves errores de los tantos que se han cometido en la accidentada historia de esta Nación.
Por eso al fundamentarse bajo ese espurio predicamento la reelección del presidente Horacio Vásquez surgió la gran revuelta dirigida en Santiago por el Licenciado Rafael Estrella Ureña y el General Trujillo que fungía como jefe militar en la capital.
El 27 de febrero de 1930 El LISTIN DIARIO decía: “ayer en las primeras horas de la madrugada entraron a esta Capital las fuerzas revolucionarias que avanzaban sobre ella por la carretera Duarte…”
Era, que el golpe de estado al gobierno del Presidente Horacio Vásquez había sido consumado y el General Trujillo inmerso en el ojo de aquel huracán que él prácticamente dirigía ya movía los hilos de la próxima trama que lo elevaría por más de treinta años al poder omnímodo de la república dominicana.
El anciano presidente, impotente y enfermo, con su decisión de reelegirse había cambiado el rumbo político del país que debió esperar treinta y un años para reencausar su camino hacia la democracia.
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